viernes, 16 de julio de 2021

LA BUENA NUEVA

 


Miguel (Unax Ugalde) es un clérigo recién llegado de Roma, donde ha estado completando su formación, a quién le asignan la localidad de Alzania (nombre ficticia de Alsasua) para ejercer de párroco. Llega al pueblo lleno de energía y entusiasmo el 17 de julio de 1936. No pasarán dos días cuando se tope con la terrible realidad del golpe militar. A partir de ese día su asombro y decepción irán en aumento, a medida que descubra fosas y cuerpos en los alrededores, sus parroquianos echados al monte, y los que quedan, amenazados en su integridad física y moral. En su lucha por defender a los represaliados, Miguel se enfrenta a la jerarquía eclesiástica y militar, poniendo en juego su propia vida. El joven sacerdote encuentra refugio en su amistad con la maestra del pueblo, cuyo marido, el médico de la localidad, ha sido asesinado al inicio de la contienda.


Helena Taberna decidió llevar al cine la historia de su tío cura, uno de los pocos clérigos que lucharon en la medida de sus posibilidades por dejar constancia de los sangrientos hechos del alzamiento y protegiendo a las desamparadas familias que quedaron. Un buen religioso, pero, esencialmente, un hombre bueno y justo que lo hubiera sido bajo cualquier fe o religión y cuya posición ante el horror no dejaba lugar a dudas, estar junto al débil y oprimido frente a los abusos ejercidos desde el poder.


Antes de nada hay que señalar que la propia realizadora y co-guionista del film, aclara que los hechos reales son los que sirven de base al relato, pero que buena parte de lo que se cuenta es producto su propio imaginario, aunque sea aproximándose a lo que pudo ocurrir o a historias similares. 
He leído por ahí algunas críticas que señalan la película como poco equilibrada e incluso sectaria. No voy a entrar en ese terreno, porque el asunto que trata se presta a que haya disparidad de opiniones. Lo que ocurrió fue tan intenso y tan grave y los ánimos se polarizaron tanto que, aún a día de hoy, los extremos están muy distantes como para tratar de poner paz en ánimos tan enconados y no digamos contentar a unos y otros que siguen viendo las cosas de tan distinta manera. Estamos ante una historia de retaguardia y ya he señalado alguna vez hablando de películas sobre temas próximos a la Guerra Civil que fue bastante más peligrosa y de consecuencias más graves a la larga la situación que les tocó vivir a algunos alejados del frente que si hubieran estando peleando en primera línea. Los odios, las venganzas, los ajustes de cuentas o la intransigencia, encontraron su caldo de cultivo en la retaguardia, en la que las malas personas se vieron de repente en su salsa. Esto es lo que ve el cura de Alzania, cómo las represalias, en ocasiones sin más justificación que ser familia de algún militante de izquierdas, están a la orden del día y la crueldad se impone. El sacerdote no hace otra cosa que aplicar el Evangelio, pero se ve que eso no convenía a algunos que preferían el ojo por ojo o, en el mejor de los casos, mirar para otro lado. 
Muy interesante el punto de vista femenino en la historia, pues si bien es cierto que el protagonista es D. Miguel, el personaje de la maestra, muy bien interpretado por Bárbara Goenaga, tiene importancia mayúscula. Ella y el resto de mujeres del relato, nos presentan la cara oculta de las víctimas, las olvidadas, madres, esposas o amantes de los perseguidos, de los asesinados o de los heridos o muertos en combate. Ellas mismas, ya señaladas de por vida, expuestas a todo tipo de abusos y con cargas familiares a la espalda. Las vemos a todas, a la madre que recibe al hijo discapacitado para siempre tras la batalla; a la madre que ha de mendigar un mendrugo para sus pequeños; a la que entrega su cuerpo; a la que se ve privada de su medio de vida... Todas ellas soportando la vergüenza, el menosprecio, la burla, los insultos... A mi me ha parecido una película bien hecha y donde algunos ven sectarismo, yo veo el reflejo de que hubo gente de bien entre tanto bárbaro. Alguno conocí y, no precisamente gerifaltes, sino humildes funcionarios del nuevo régimen que no llegaron a más a pesar de haber podido, pero que prefirieron tener compasión de sus semejantes y ayudaron en lo que pudieron a quienes perdieron y cómo le oí decir a una de esas personas anónimas que prestaron su pequeño pero signitificativo apoyo a los vencidos: Su culpa (se refería a una viuda joven), es que su marido era de la Casa del Pueblo, por eso le mataron, pero ¿de qué querían que fuera, si era pobre?, estaba donde tenía que estar.




6 comentarios:

  1. Muy interesante. El del brazo en alto es Loquillo, ¿verdad?

    ResponderEliminar
  2. Que tal Trecce!
    Tanto esta película como la anterior no las he visto, anda que no tengo deberes por hacer...jeje
    Saludos!

    ResponderEliminar
  3. «Un buen religioso, pero, esencialmente, un hombre bueno y justo que lo hubiera sido bajo cualquier fe o religión y cuya posición ante el horror no dejaba lugar a dudas, estar junto al débil y oprimido frente a los abusos ejercidos desde el poder».

    Muy bonita la frase, Trecce.

    En la vida real también hay gente como este personaje, estoy convencido.

    Marcos M.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que si no fuera por el contrapeso de estas personas, los desalmados camparían por sus respetos y menudo panorama.

      Eliminar