viernes, 19 de julio de 2019

EL HOMBRE DEL TRAJE BLANCO

El ingenioso inventor Sidney Stratton (Alec Guinness), un graduado de Cambridge, es despedido de todas las fábricas en que trabaja, por considerar sus dueños que gasta demasiado presupuesto en investigación.
Su suerte cambia cuando empieza a trabajar como mozo de almacén en la fábrica textil de Alan Birnley (Cecil Parker). A causa de un malentendido, se introduce en su laboratorio y le permiten trabajar allí debido a sus vastos conocimientos, además cuenta con la simpatía de la hija del empresario, Daphne (Joan Greenwood), una joven que confía en Sidney y en sus experimentos mucho antes de que su padre lo termine haciendo por mero interés económico.
Tras arduos esfuerzos, Sidney consigue crear un tejido revolucionario, casi milagroso, que nunca se ensuciará ni desgastará. Es evidente que con el invento puede lograr una fortuna vendiendo ropa hecha de este material, pero también puede causar un tremenda crisis que llevará a la ruina del sector a corto plazo, después de todo, una vez que alguien compre uno de sus trajes, nunca tendrá que arreglarlos o comprar otro, y la industria textil sufrirá un colapso de la noche a la mañana.
No solo los empresarios se pondrán enfrente de Stratton, los trabajadores también se oponen a la fabricación del nuevo producto, ya que temen, con razón, perder sus puestos de trabajo.
En un primer momento, los magnates del sector, intentan sobornar a Sidney para que oculte su descubrimiento, sin embargo, él está decidido a poner su invento en el mercado, obligando a los peces gordos de las fábricas de ropa a recurrir a medidas más desesperadas.


El guión se basa en una obra de teatro no estrenada de Roger MacDougall, primo de Alexander Mackendrick, realizador del film.
El mismo Mackendrick señala que conservó muy poco del original, apenas la historia de un tejido que, por un lado, resulta de gran ayuda para los consumidores pero que, por otro, se convierte en una gran amenaza para ciertos sectores de la industria textil, pues la idea original que tenía era hacer una película sobre un tema que le inquietaba bastante: la responsabilidad política y social de los científicos que desarrollaron la fisión nuclear sin considerar los usos que se podrían dar a su invento. Pero ante la inquietud de los productores de Ealing Studios, que pensaban que el tema era demasiado inquietante para ser aceptado como un entretenimiento popular y taquillero, optó por hacer el guión de esta historia, en el que colaboró con el propio MacDougall y con John Dighton.


Bajo la apariencia de una divertida comedia, la película nos ofrece una despiadada crítica sobre algunos aspectos del capitalismo, empeñado en conseguir dividendos a cualquier precio, pero también de cierta clase trabajadora que se vuelve egoísta y prefiere mantener su puesto de trabajo contra viento y marea antes que pensar en el beneficio de la comunidad.
También de las imprevisibles consecuencias de ciertos avances, en este sentido, por ejemplo, es aleccionadora la frase de la patrona de Stratton, que previamente le ha permitido retrasar el pago del alquiler y cuando se lo cruza en la calle, le amonesta, pues por culpa de su invento, ya no habrá ropa que lavar y ella no podrá ganarse la vida.
Todas estas cosas siguen vigentes en la actualidad, pienso que posiblemente más que nunca, todos hemos oído hablar de la obsolescencia programada o de que determinadas líneas de investigación son vetadas o se mantienen en segundo plano por miedo a que se les acabe el negocio a quienes sacan jugosos beneficios de la venta de ciertos productos que desaparecería o pasaría a otras manos si desapareciera su comercialización.
En cuanto a la segunda parte, la responsabilidad que tienen (tenemos) otros sectores sociales que pasan por inocentes, solo hay que ver el revuelo que se produce entre los afectados cada vez que se habla de suprimir la fabricación de armas, por ejemplo. Recuerdo cuando hace poco se pusieron en pie de guerra los trabajadores de una autopista que iba a dejar de cobrar peaje. Les importaba un bledo que a cientos de profesionales y particulares que la utilizaban todos los días, les fuera a ir un poco mejor económicamente gracias a la medida, sólo pensaban en ellos. Pero estoy seguro de que tampoco las autoridades, cuando se vanagloriaron del hecho de suprimir el peaje, habían pensado en los daños colaterales.
Y es que cada cual tenemos nuestra parte, aunque siempre echemos la culpa al gran capital, no dejamos de ser una parte del engranaje y cuando nos afecta, cambiamos nuestro discurso para dar pena.
Acompañada por unas buenas actuaciones, con el singular Alec Guinness a la cabeza, la película cuenta también con la magnífica fotografía de Douglas Slocombe que nos deja algunas secuencias para el recuerdo, como las magníficas escenas de la persecución final en plena noche con el traje blanco deslumbrante en la oscuridad.
Mucho más aleccionadora en aspectos sociales y económicos de nuestro tiempo de lo que pudiera parecer a primera vista, sus reflexiones sobre estos asuntos los narra de manera muy inteligente y divertida.
Recomendable, además de por otros muchos motivos, porque, como digo, su mensaje no ha perdido un ápice de vigencia.




4 comentarios:

  1. El momento álgido de los Ealing Studios, y, a su vez, una época cumbre en el cine británico. Mucho debe la industria anglosajona a Michael Balcon. Cuando se retiró, ya nada fue igual.

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    1. "El jefe" de Ealing. Sin figuras como él, el cine no sería lo mismo.

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  2. El argumento reafirma mi idea de que el móvil de batería de duración mensual ya está inventado, pero las compañías lo mantienen escondido a buen recaudo.

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    1. Un conocido mío defendía que el motor de agua también lo estaba, pero que no interesaba ponerlo en mercado.

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