jueves, 30 de agosto de 2012

ALJUBARROTA


En el año 1385, la piel de toro era un conglomerado de reinos dentro del que los monarcas cristianos (es decir, todos menos el rey de Granada), trataban de cuando en cuando de establecer alianzas unos con otros e incluso de buscar uniones duraderas de unos estados con otros.
Uno de estos casos se dio entre los reinos de Castilla y Portugal que, en 1380, a petición del rey portugués Fernando I, establecieron un acuerdo dinástico con el objetivo de acabar con los enfrentamientos que castellanos y portugueses venían manteniendo desde hacía décadas. Según este tratado, Beatriz, hija del monarca portugués, se casaría con el heredero de Castilla don Enrique (el futuro Enrique III), hijo de Juan I. Sin embargo, una serie de circunstancias, entre ellas la muerte de su esposa, hizo que fuera el propio Juan I el que desposó a Beatriz y que cuando Fernando I de Portugal murió sin descendencia, su hija fuera la heredera y el monarca castellano tuviera derecho a una especie de protectorado sobre Portugal, pero en teoría los reinos deberían seguir separados, hasta que convergiesen ambas coronas en el heredero de Juan I y Beatriz.
A la muerte de Fernando I en 1383, su viuda, la reina Leonor, reconoció a Juan I de Castilla, como legítimo rey de Portugal, lo que no hizo sino exaltar aún más el sentimiento nacionalista portugués, que encontró un líder en la figura de Juan de Avis, Maestre de la Orden de Avis, hijo ilegítimo del rey Pedro I y, por tanto, hermanastro del difunto monarca. Éste asesinó al conde gallego Joáo Fernandes Andeiro, amante y favorito de la reina viuda, quien se vio obligada a solicitar la ayuda de su yerno.
El rey de Castilla, desoyendo los avisos de sus consejeros que le advertían que no entrase en el reino por fuerza ni con gente de armas, decidió encaminarse hacia Lisboa con un ejército para hacer valer sus derechos al trono portugués. La presencia de la armada castellana suscitó de nuevo los recelos y provocó la sublevación de los burgueses de Lisboa y Oporto. Pronto se les unieron otros muchos concejos, así como gran parte de la pequeña nobleza. Portugal se dividió entonces entre quienes apoyaban al rey de Castilla -sobre todo la alta nobleza del reino y la Iglesia, que veían en su esposa a la legítima heredera- y aquéllos, mucho más numerosos, que se oponían a él -los burgueses de las ciudades más prósperas y un sector importante de la nobleza del país- por considerarlo un intruso. Estos últimos se cobijaron bajo la bandera del descontento que habían alzado Juan de Avis y su condestable Ñuño Álvares Pereira. En 1385, el Maestre de Avis, a pesar de su origen ilegítimo y de estar sometido a la regla cisterciense, era elegido rey de Portugal por las Cortes de Coimbra, con el nombre de Juan I, exactamente el mismo que su rival castellano.
En agosto de ese mismo año, Juan I de Castilla, al frente de un poderoso ejército, entraba por segunda vez en Portugal con la intención de hacer valer su derecho al trono. Sin embargo, Juan de Avis logró reunir un ejército portugués que contaba con el apoyo de algunas tropas inglesas, sobre todo arqueros. El 14 de agosto de 1385 ambos ejércitos habrían de encontrarse frente a frente junto a la pequeña villa de Aljubarrota.
Aljubarrota constituye uno de los hitos más importantes de la historia peninsular, pero a pesar de las enormes consecuencias que acarreó la derrota de las armas castellanas a manos de los partidarios de Juan de Avis, la batalla fue extraordinariamente breve: Según refiere Pero López de Ayala, uno de los nobles castellanos que se batieron en esta jornada y cronista excepcional de la batalla, ésta tan sólo duró media hora. Los dos ejércitos se habían desplegado en las cercanías de Aljubarrota. Las tropas portuguesas y sus aliados ingleses ocuparon un lugar privilegiado desde donde esperaron el ataque castellano. Juan de Ría, camarero del rey de Francia y veterano en las guerras que éste mantuvo con Eduardo III y el Príncipe Negro, aconsejó a Juan I que esperara el ataque del enemigo, ya que la falta de provisiones les obligaba a tomar la iniciativa en el combate. Sin embargo, los nobles castellanos, sobre todo los más jóvenes, reaccionaron igual que sus camaradas franceses en Crécy y Poitiers, y juzgaron cobardía lo que era un sabio consejo. Esa opinión fue, sin embargo, la que prevaleció finalmente y las tropas castellanas iniciaron el ataque. La disposición del terreno impedía que las alas del ejército castellano acompañaran el avance de la vanguardia, así que ésta tuvo que combatir contra la delantera y alas de los portugueses sin el apoyo de sus alas mientras los arqueros ingleses no cesaban de hostigarlos por los flancos. Viendo la batalla perdida, la infantería portuguesa fiel a la reina, que el rey imprudentemente había dispuesto en la retaguardia, desertó en masa provocando el pánico entre los castellanos. En apenas media hora sucumbió en Aljubarrota la flor y nata de la caballería castellana y buena parte de los nobles portugueses que apoyaban la causa de la reina, y aun el mismo rey castellano estuvo a punto de morir allí mismo de no ser por la rápida intervención de sus fieles caballeros. López de Ayala enumera con emoción los nombres de los caídos, entre los que se contaban el hijo del marqués de Villena: el señor de Aguilar; Pedro Díaz, prior de San Juan; Diego Gómez Manrique, adelantado mayor de Castilla; Diego Gómez Sarmiento y Pedro González, mariscales de Castilla; Juan Fernández de Tovar, almirante de Castilla; Pedro González de Mendoza, mayordomo mayor del rey, y un largo etcétera en el que se incluye aquel Juan de Ría cuyo consejo en mala hora había desoído el monarca.



2 comentarios:

  1. Trecce lo que más llama la atención de esta batalla, es que creo de que a pesar de que las fuerzas castellanas eran muy superiores a las portuguesas, el número de bajas entre los castellanos fue mucho más superior.

    Saludos.

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    1. La Historia nos enseña que la superioridad numérica no es equivalente a victoria en la batalla.
      En este caso se dieron muchas circunstancias, las principales: Esa prepotencia o chulería de los castellanos que entraron en combate después de una larga marcha, con las tropas tremendamente cansadas y sin demasiados ánimos; después que el terreno era desfavorable para poder desplegar todas las fuerzas, de hecho como se señala en la entrada, los flancos no podían avanzar al tiempo que el centro y así no se saca partido de la superioridad; y tercera (hay más, pero no voy a extenderme) la efectividad de los arqueros ingleses resultó demoledora, desde los flancos, que habían quedado al descubierto, masacraron literalmente a las tropas castellanas. Aquello fue una carnicería.

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