Pete (Edward G. Robinson) y Ellen Morgan (Dame Judith Anderson) han criado a Meg (Alene Roberts) como propia, desde que era una bebé y sus padres se fueron. Ahora que es una adolescente, convence a su amigo Nath Storm (Lon McCallister) para que ayude con las tareas de la granja, pues Pete ya no se mueve con su pata de palo como lo hacía cuando era más joven. Cuando Nath insiste en usar un atajo para regresar a casa a través del bosque, Pete se pone bastante nervioso y le advierte de los gritos en la noche, de los terrores asociados con la casa roja. Meg y Nath, curiosos, ignoran sus advertencias y comienzan a explorar. Mientras tanto, todos se acercan al peligro real y al oscuro secreto de la casa roja.
El guión se basa en una novela del mismo título de George Agnew Chamberlain y tampoco es que sea nada extraordinario, al poco tiempo el espectador avezado, intuye, si no sabe ya, qué tipo de suceso oculta los hermanos Morgan.
Tampoco es que los diálogos sean ninguna maravilla, en ocasiones incluso se tornan intrascendentes. Sin embargo, la realización, a cargo de Delmer Davis, entonces aún no demasiado conocido como realizador, sabe sacar partido de la presencia del bosque en el relato, bello y diáfano por el día y amenazador y terrorífico en la noche. La prohibición de acercarse a él, actúa como un imán sobre los jóvenes que escudriñan sus rincones, en parte para que les revele su secreto y en parte como fruto de la rebeldía propia de los adolescentes. La luz, casi tenebrista y el acompañamiento musical de la partitura de Miklós Rózsa, contribuyen a ello. Las escenas nocturnas en aquel lugar fantasmagórico, son de lo más destacado de la película, junto a la presencia de ese hombre al que, si no le sobraba estatura, se convertía en un gigante ante la cámara: Edward G. Robinson. Su personaje, un ser atormentado, el más interesante del film y su magnífica interpretación, aún no siendo de las más destacadas de su carrera, es lo que confiere verdadera interés a la película.
A veces un actor puede salvar con su presencia un argumento mediocre.
ResponderEliminarEn este caso no llega a tanto, pero casi.
EliminarHola Trecce!
ResponderEliminarConcuerdo contigo en el análisis. Siento fascinación por E. G. Robinson. La música de Rózsa es magistral, le aporta grandeza.
Saludos!
Y eso que, como digo, no es de sus mejores trabajos, pero a pesar de ello, es tan gran intérprete que nunca puede hacerlo mal.
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