miércoles, 13 de noviembre de 2013

CARROS DE FUEGO

Eric Liddell (Ian Charleson) y Harold Abrahams (Ben Cross), son dos jóvenes excepcionalmente dotados para correr. El primero de ellos, todo un héroe nacional en Escocia, ha renunciado a seguir practicando el rugby, deporte en el que ha destacado, para dedicarse por completo al atletismo.
Por su parte Abrahams, consigue ser admitido en Cambridge, donde dejará su huella desde el primer día, ya que desafía el record de la universidad, consistente en dar una vuelta completa al patio de la misma mientras suenan las doce campanadas en el reloj de la institución, algo que consigue ante la admiración de todos.
Los dos, junto a otro grupo de jóvenes, forman parte del equipo olímpico británico que competirá en los juegos de París de 1924, pero en nuestros dos protagonistas están depositadas muchas de las esperanzas de conseguir una medalla. Sin embargo, poco antes de embarcar en Dover con dirección a Calais, Liddell se entera de que la final de los 100 metros se disputará en domingo, algo que le ocasiona un grave problema de conciencia, ya que la iglesia a la que pertenece considera que es el día dedicado a santificar al Señor y no se pueden realizar otras actividades. Sus profundas convicciones religiosas le empujan a tomar la decisión de no competir.

 
La película está plagada de inexactitudes, pero como quiera que lo que cuenta es historia menor, por así decirlo, nunca han tenido demasiada trascendencia, es más, seguramente pocos se lo han planteado y, desde luego, no es una de las críticas que se le hacen a la película, porque a mucha gente le da igual y no se ha profundizado mucho en el asunto.
De cualquier manera, hechos que en la película cobran importancia capital, como que Liddell se entere a última hora de que la carrera se correrá en domingo, cuando en la realidad ya lo sabía desde tiempo atrás y el asunto estaba más que resuelto desde hacía meses; o que en realidad, nunca fue un velocista, sino más bien un corredor de 400, la prueba que corrió, son recursos del guión para dar tensión a la narración.

 
Tras la prometedora escena inicial, con los jóvenes atletas corriendo en las playas escocesas de Saint Andrews, a los acordes del inmortal tema central, el film va perdiendo interés a pasos agigantados para convertirse, casi sin solución de continuidad en un relato anodino que desaprovecha tanto la historia central, como lo que podrían haber dado de sí los relatos paralelos que se entrecruzan.

 
Para muchos críticos y aficionados en general, se trata de uno de los films más sobrevalorados de la historia del cine, nada menos que cuatro Oscar de Hollywood arropan la significación que alcanzó en su momento, aunque hay que reconocer que, al menos alguno de ellos no es inmerecido, ni mucho menos.

 
Como ejemplo, la banda sonora, con la canción que lleva el título del film, si no la más conocida, entre las más tarareadas de la historia del cine, a todo el mundo le suena, aunque haya quién no sepa de donde viene la musiquilla, conoce los acordes.
Y es que Evangelos Odysseas Papathanassiou, más conocido como Vangelis, se superó a sí mismo, las musas decidieron darle su bendición y pasó de ser el compositor reconocido que ya era entonces, a tener la inmortalidad asegurada.

 
Con unos actores que llevan a cabo muy bien su trabajo, aunque ninguno de ellos fue galardonado con la estatuilla (el que más cerca anduvo, como secundario, fue Ian Holm, interpretando al entrenador Sam Mussabini, que borda, por cierto) y una ambientación esmerada, con una reconstrucción muy detallada de lo que eran entonces la pruebas atléticas, puro made in britain, el film deja apuntados otros temas como el menosprecio por los comerciantes y prestamistas entre las clases altas o el elitismo universitario.

 
Una obra maestra de tres minutos y medio, justo lo que dura la comentada escena inicial con los inolvidables acordes de Vangelis, escena que se repite al final del film, con la cámara acompañando la carrera de los atletas y deteniéndose en cinco de ellos: Eric Lidell, Harold Abrahams, Lord Andrew Lindsay (Nigel Havers), Aubrey Montagui (Nicholas Farrell) y Henry Stallard (Daniel Gerroll).

 
 
 

8 comentarios:

  1. Ahora bombo si que le dieron. Por cierto Trecce la que vi anoche por un canal de la tele y la he visto ya lo menos cinco o seis veces, y para mí si que es un peliculón, y todo un clásico es La Gran Evasión.
    ¿Tú qué opinas?

    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La comenté en su día aquí, me parece un gran film de entretenimiento, con una melodía que es todo un clásico.

      Eliminar
  2. No es la única sobrevalorada y con Oscar mientras otras mejores se quedan sin ellos, pero tiene alguna escena y la música que sí son memorables.

    ResponderEliminar
  3. Como flipamos con la música de Vangelis Odysseas Papathanassiou,

    ResponderEliminar