A pesar de no ser un personaje de especial relevancia, el hecho de ser hija de quien fue, uno de los protagonistas de la historia del siglo pasado, convierte a Svetlana Stalin en una figura a tener en cuenta como testigo de primera fila en la vida de Iósif Stalin.
Nacida el 26 de febrero de 1926, era la menor de los hijos de Stalin y la única mujer entre ellos y por la que su padre sentía debilidad, la llamaba "pequeño gorrión" o "pequeña mariposa". "La única persona que podía suavizar a Stalin era Svetlana", contó una amiga de Nadya, la madre de Svetlana, que se suicidó cuando su hija tenía seis años.
En un impulso, la noche del 6 de marzo de 1967, ingresó al edificio de la embajada estadounidense en Nueva Delhi y anunció su intención de desertar. Algo que descolocó a las autoridades norteamericanas, que ni siquiera sabían que Stalin tuviera una hija. El hecho de que fuera un momento de distensión entre los dos países que estaban negociando abrir delegaciones consulares en ambos territorios, hizo que la decisión a tomar no resultara fácil para los norteamericanos que, en otro momento de la Guerra Fría, lo habrían tomado como un regalo propagandístico de primera magnitud.
Svetlana llegó a Estados Unidos el 21 de abril de 1967, y allí se convirtió en escritora. Al poco tiempo, las ganancias por la publicación del libro que comentamos, la convirtieron en millonaria, aunque donó gran parte de su fortuna a diferentes organizaciones, incluido un hospital en India.
Del libro, muy interesante en su conjunto, cobran especial relevancia los pasajes referidos a la muerte de su padre, aparte de demostrar el cariño hacia él, a pesar de reconocer lo controvertido de su figura, hace un repaso por los sentimientos y los juicios que despertaban a sus ojos algunos de los hombres que formaban el círculo más cercano del dictador, con palabras de reconocimiento a algunos de ellos (Voroshilov, Kaganovich, Malienkov, Bulganin o Jruschov) y demostrando, una vez más, el desprecio que sentía por Beria a quien califica de "monstruo único en su género" y añade: "Era un magnífico tipo moderno de cortesano, encarnación de la perfidia oriental, de la lisonja y de la hipocresía; llegó a confundir incluso a mi padre, a quien en general resultaba difícil engañar".
Con ello, Svetlana insinúa la pugna por la herencia política de su padre entre los principales dirigentes soviéticos e intenta reivindicar la figura del dictador fallecido, denigrada posteriormente por sus herederos, cargando la responsabilidad de las "purgas" políticas sobre las espaldas de Beria, director de la policía política.
Svetlana, de quien alguien dijo que tenía la inteligencia de su padre, pero carecía de su maldad, decía de sí misma que siempre sería una prisionera política del nombre de su padre. Una mujer que, pese a todo, quienes la conocieron, califican como una luchadora, poco antes de morir en 2011, criticó al actual presidente ruso Vladimir Putin porque, según ella, estaba reviviendo la práctica de su padre del culto a la personalidad.