Miss Daisy (Jessica Tandy) es una antipática y autoritaria profesora jubilada de 72 años. Tras sufrir un despiste al volante de su flamante automóvil saltando el seto de la casa vecina, su hijo Boolie (Dan Aykroyd), temiendo por la seguridad de su madre, contrata a Hoke Colburn (Morgan Freeman), un chófer negro, para que la lleve de paseo. Al principio, la desconfianza de la anciana respecto al tranquilo conductor es absoluta.
La película adapta la obra teatral homónima y el autor de la misma, Alfred Uhry, lo es también del guion del film. Por la obra de teatro había recibido el Pulitzer en 1988 y por el guion de la película, fue premiado con el Oscar al Mejor guion adaptado.
En la sureña Atlanta (Georgia) de los años 50, contratar a un chófer, era sinónimo de contratar a un negro y Daisy Werthan se resiste a transigir con la pretensión de su hijo, pero no por prejuicios raciales (los judíos, como ella, también tuvieron que soportar lo suyo en aquella ciudad hasta que el Holocausto lo cambió todo), sino porque no quiere que un extraño la lleve de un lado a otro, pero Hoke se irá ganado poco a poco a Miss Daisy gracias a sus ocurrencias innatas y a su natural tranquilo y apacible. Con la conseguida partitura de Hans Zimmer como fondo, asistimos a las maravillosas interpretaciones del trío protagonista, personajes a los que vemos envejecer durante veinticinco años, una obra de arte del maquillaje (otro de los apartados por los que obtuvo un más que merecido Oscar), en esta película en la que, tras la entrañable historia, contemplamos los cambios que trae consigo el transcurrir del tiempo y los nuevos vientos de modernidad que barren viejas costumbres, pero tan lentamente, que sus personajes aún viven sumidos en algunas de ellas: Las diferencias de clase, el racismo, la dificultad para acceder a la cultura de algunas minorías, etc.
El film es toda una historia de amistad y un relato tremendamente evocador sobre el envejecimiento y todas las consecuencias que nos trae, desde la merma física, hasta las complicaciones a la hora de llevar a cabo las labores cotidianas con autonomía. Por esas y otras parecidas circunstancias, nuestra independencia se ve sometida a los dictados ajenos y, aunque lo hagan por nuestro bien y nuestra seguridad, esta situación nos recuerda que, cada día, somos un poco menos nosotros mismos, por eso es toda una bendición cuando el destino nos depara la compañía de un Hoke Colburn que alivie ese camino a veces un tanto doloroso.
Magnífica secuencia final que resume en una imagen el espíritu del film, toda una metáfora del amor mucho más efectiva y sugerente que un beso romántico o el más tierno de los abrazos.
Su director, el australiano Bruce Beresford, visitó hace algunos años la Filmoteca de Catalunya con motivo de una retrospectiva que le dedicaron.
ResponderEliminarTuvo un éxito tremendo con esta película.
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