A lo largo de la década de los 30 del pasado siglo, Alemania emprendió una frenética carrera armamentística que tendría su eclosión con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Fruto de esa actividad, fue la construcción y botadura de dos acorazados de la clase Bismarck para la Kriegsmarine, la marina de guerra alemana. Fueron el que llevaba el mismo nombre de la serie, el Bismarck y su gemelo el Tirpitz.
El Bismarck apenas estuvo en servicio ocho meses y participó en una sola operación ofensiva, en la que hundió el crucero de batalla HMS Hood, orgullo de la Royal Navy británica, y causó importantes daños al nuevo acorazado HMS Prince of Wales, lo que desencadenó una búsqueda incesante del acorazado alemán por parte de la Royal Navy británica, hasta que consiguió cercarlo e inutilizar uno de sus timones, ante lo cual, la tripulación del inmovilizado Bismarck, decidió mandarlo a pique.
Quedaba el Tirpitz, segundo y último acorazado de la clase Bismarck, fue el buque de guerra más grande construido en Alemania. Entró en servicio en febrero de 1941, y pasó después al Báltico a realizar sus pruebas de mar. A comienzos de 1942, fue enviado a Noruega con la misión de repeler cualquier amenaza de invasión y atacar los convoyes del ártico. El miedo que tenía Hitler a perder esa joya de la armada alemana y las repercusiones propagandísticas que ello tendría, hizo que el barco permaneciese a resguardo de puerto prácticamente de forma permanente. Sin embargo, no era menor el temor que tenían los aliados al buque germano, por lo que su mera existencia les obligó a mantener en la mítica base de Scapa Flow considerables fuerzas que podrían haberse utilizado en otros teatros de operaciones.
Un buen ejemplo de ese miedo es la historia del PQ-17, un convoy que zarpó a finales de junio de 1942 desde Islandia para llevar a la Unión Soviética un importante cargamento. Compuesto por 35 mercantes, la carga que transportaba significaba unos setecientos millones de dólares en vehículos, aviones de combate, armas y otro tipo de recursos necesarios para que los rusos siguieran haciendo frente al enemigo común. La escolta, estaba acorde con la importancia del convoy: varios destructores, cruceros y casi veinte naves de otro tipo, además de la protección de aviones de la Home Fleet.
El 2 de julio, el Tirpitz, salió del puerto de Trondheim bajo el mando del almirante Otto Schniewind, iba con otros buques y el cuatro de julio se une con el grupo del Admiral Scheer en el Altenfjord. Ante este movimiento, la escolta del PQ17 recibe la orden de retirada y se pide a las naves mercantes que se dispersen, rompiendo la formación y la protección que suponía navegar unidas, para buscar el puerto soviético más cercano. Al quedarse sin escolta, y disperso, los ataques aéreos y submarinos alemanes, resultaron más sencillos y efectivos. El resultado final, un auténtico desastre, únicamente trece de los treinta barcos de transporte del convoy llegaron a las costas soviéticas. La pérdida de dos tercios de los barcos, supuso que en el fondo del Ártico quedaran más de 200 aviones de combate, 400 tanques Sherman y más de 3.300 vehículos. En total 100.000 toneladas de recursos fueron perdidas, junto a la vida de 153 hombres. Todo ello por un movimiento del Tirpitz, que sencillamente había salido para dirigirse a un puerto más al norte.