Harry Caul (Gene Hackman) es un devoto católico y gran amante de la música de jazz que toca con su saxofón mientras escucha sus discos de jazz. Profesionalmente, Harry es un experto en vigilancia electrónica y desde San Francisco, donde tiene su sede, opera su propia empresa de vigilancia. Reconocido dentro de la profesión como el mejor, él y su gente diseñan y construyen sus propios equipos de vigilancia. Harry es una persona extremadamente celosa de su privacidad y muy solitario en su vida personal y profesional, lo que molesta especialmente a Stan (John Cazale), su socio de negocios, que a menudo se siente excluido de lo que está sucediendo con su trabajo. Esta privacidad, que incluye no permitir que nadie entre en su apartamento y llamar siempre a sus clientes desde teléfonos públicos, en parte, tiene como objetivo controlar lo que sucede a su alrededor. El trabajo más reciente de Harry y Stan (bastante complicado por otra parte) es registrar la conversación privada de una joven pareja en medio del gentío ruidoso que puebla Union Square. El acuerdo con su cliente, que se da a conocer únicamente como "el director", es proporcionar la grabación de audio de la conversación.
Sin embargo, cuando Harry da por finalizado su trabajo, advierte que algo extraño se oculta tras la banalidad del caso, ya que su cliente se niega a identificarse, utilizando siempre intermediarios.
El proyecto de este film estaba en la mente de Coppola desde la década anterior (el film es de 1974), pero no encontraba financiación, hasta que el inusitado éxito de El Padrino, le permitió embarcarse de lleno en el mismo. Algo que, no obstante no impidió que acabasen un tanto justos de dinero. Entre eso y que Coppola estaba ya metido de lleno en la 2ª parte de la adaptación de la novela de Mario Puzo, hubieron de echar mano de ingenio para poder llevar a término la película.
Entre los recursos a los que acudieron está el repetir tomas anteriores en las que se ven las imágenes del principio y se escucha la grabación que efectuaron. Otras veces, solo se ve a Hackman escuchando las voces en su cabeza.
Lejos de quedar mal, merced a un espléndido trabajo de montaje obra de Walter Murch, esas voces recurrentes, ese escuchar casi machaconamente fragmentos de lo que la pareja espiada dice, va involucrando al espectador en la duda que siente el protagonista y metiéndonos de lleno en una especie de claustrofobia agobiante.
La voz dulce de Ann (Cindy Williams), sobre todo cuando repara en el mendigo que dormita en el banco de la plaza y se apiada de él, al principio nos hace empatizar con ella, pero las sucesivas repeticiones de su reflexión, nos llevan a pensar si tras el personaje de voz aniñada no habrá algo que se nos oculta.
El espectador se va dejando llevar cada vez más por el sonido y las imágenes pasan a ser un acompañamiento, justo al contrario de lo que ocurre habitualmente en las películas.
El film contiene una reflexión profunda, que al principio no se nos hace evidente, sobre la moralidad de ciertos trabajos y no me refiero a las profesiones en sí, sino a determinados trabajos puntuales dentro de esa profesión. Hay gente que ejerce trabajos absolutamente honorables que un determinado momento, se ve impelida a hacer cosas cuando menos dudosas por órdenes superiores, problemas familiares o económicos, por miedo a perder su trabajo, por querer brillar y tal vez lograr un ascenso u obtener prestigio profesional, o simplemente porque no es consciente de lo que aquello conlleva, hasta que pone nombre y apellidos, rostro y voz a quien queda atrapado por su acción. Habrá quien ni siquiera sienta el más mínimo resquemor, otros que pensarán que ellos no tienen la culpa, sino quienes les han encargado u obligado a hacerlo y otros, por fin, a quienes su conciencia les hará reflexionar y, cuando menos, desasosegarlos y hacerles perder el sueño.
Brillante interpretación de Gene Hackman en un film que cuenta con la presencia de John Cazale (El inolvidable Fredo de El Padrino) y un, entonces, casi desconocido Harrison Ford.
Entre el éxito fulgurante de la 1ª y 2ª parte del El Padrino, Coppola se saca de la manga esta pequeña joya con la que compitió contra sí mismo en los Oscar y con la que se llevó la Palma de Oro en Cannes. Ahí es nada.