Homer Smith (Sidney Poitier), un jornalero itinerante que viaja hacia la costa oeste de los Estados Unidos, se detiene en un convento situado en medio del desierto buscando agua para el coche. María (Lilia Skala), la madre superiora del mismo, ve en él la respuesta a sus plegarias y le pide que arregle el tejado del convento. Homer no recibe su salario y, poco a poco, la religiosa le va enredando en diferentes tareas, hasta acabarle pidiendo que construya una capilla, pues los habitantes de la zona escuchan misa junto a una gasolinera, en el altar improvisado que el padre Murphy (Dan Frazer) monta en la trasera de su furgoneta.
Aunque no le gusta la actitud de la madre superiora, entre las monjas católicas, llegadas allí desde Alemania Oriental tras una larga peripecia (incluída la huida clandestina a occidente), y Homer, cristiano baptista, se irá forjando una entrañable amistad, así que, tras desaparecer una temporada, Homer regresa con el firme propósito de acabar la capilla contra viento y marea. Algunos de los habitantes de la zona, en buena parte inmigrantes mexicanos, le ayudarán en la tarea, aportando materiales y su propio trabajo, bajo la supervisión de Homer e impulsados por la fe inquebrantable de la hermana María y sus compañeras.
Historia sencilla, pero también un tanto increíble, porque el pobre Homer, aguanta lo indecible el carácter autoritario de la hermana María. El guión se basa en la novela del mismo nombre del escritor norteamericano William E. Barrett, cuyo título está tomado de un pasaje del Sermón de la Montaña: “Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del valle, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos”. Esta cita adquiere un claro doble sentido en el argumento de la película, sirve para justificar a la superiora en su afán de que el jornalero negro le de su trabajo a cambio de nada y a la vez, hace referencia a las cinco monjitas, los lirios de aquel árido valle.
El film tiene una magistral fotografía en blanco en negro y una preciosa banda sonora firmada por el siempre interesante Jerry Goldsmith que incluye canciones religiosas, gospel y country.
Pero sin lugar a dudas el gran atractivo de la película es la interpretación de Sidney Poitier, su imponente presencia hace que, por momentos, pensemos que sobra todo lo demás, a pesar de que en algunos pasajes, su duelo interpretativo con Lilia Skala alcanza cierto nivel.
Un film entretenido, con una historia amable y una curiosa visión del ecumenismo entre confesiones cristianas.
La Academia de Hollywood también entendió que Poitier hacía una interpretación maravillosa y, encima estaba guapo de cara y de cuerpo, y le concedió el Oscar al mejor actor, fue el primer actor de color en conseguirlo, pues Hattie McDaniel, lo había logrado como actriz secundaria.