Madeleine Damien (Hedy Lamarr), la bella editora de moda de una elegante revista durante el día y durante la noche con una animada y glamourosa vida. Tiene numerosas aventuras pero siempre carentes de amor, entre ellas, con el ejecutivo de la revista Jack Garet (William Lundigan). Tras iniciar otra aventura con el asquerosamente adinerado (en sus propias palabras) joyero Felix Courtland (John Loder), anunciante de la revista, Garet intenta chantajearla y Madelaine se siente deprimida e intenta suicidarse. Comienza unas sesiones de tratamiento con el psiquiatra Richard Caleb (Morris Carnovsky) que le pide que abandone su lascivo estilo de vida, por lo que Madeleine decide dar un giro total a su existencia y vivir una vida solitaria, mudándose a un modesto apartamento e iniciando una carrera como pintora novata. Allí conoce y se enamora de su vecino, el joven médico David Cousins (Dennis O'Keefe), que ignora todo sobre su pasado, pero pronto Courtland y Garet descubren su paradero e irrumpen en su nueva vida. Al final se verá envuelta en una investigación y acusada de asesinato.
El guión adapta la obra de teatro del mismo nombre ("Dishonored Lady") escrita por Margaret Ayer Barnes y Edward Sheldon.
Por una parte se puede considerar una película adelantada a su tiempo, en el sentido de que la protagonista es una mujer moderna, alta ejecutiva en una revista de prestigio, independiente y sabiéndose manejar con determinación en un mundo de hombres. Pero, por otra, el guión no sabe desarrollar con soltura el asunto principal del film: La promiscuidad sexual, al tiempo que la insatisfacción en ese terreno de la protagonista.
En ningún momento se nombra abiertamente un asunto que, como digo, es el eje central de la narración, siempre se habla de "el problema". Ya se que tanto realizador como guionista se hallarían fuertemente condicionados tanto por la censura, como por el sentimiento moral de la sociedad en aquella época, pero mientras otros films saben echar mano de la imaginación para abordar asuntos controvertidos, en este caso, ni las elipsis, ni los palos de ciego que da en las entrevistas de Madeleine con el psiquiatra, están bien concebidos y el tema se diluye casi hasta el silencio, de manera que el espectador menos avispado, se perderá en el embrollo de intentar decir cosas sin ofender para acabar no diciendo nada. Es una lástima que una película dispuesta a abordar un tema difícil, no hay tenido la habilidad para explorar sus límites.
El asunto sigue por derroteros semejantes, en cuanto a la falta de brillantez, por la incómoda y desalentadora mecánica con que desarrolla el juicio a que es sometida Madeleine y la falta de lógica que socavan cualquier buena intención que hubiera de principio.
Para rematar, Hedy Lamarr, cuya actuación nos deja algunos destellos interesantes, está rodeada de un elenco que parece de segunda fila. En el caso de los hombres lo fían todo a una masculinidad que resulta sonrojante y a su buena presencia, pero con interpretaciones acartonadas, mostrándose incapaces de hacer mucho más en términos de actuación.
Así pues, a mi juicio, película de serie B en la más justa acepción del término.
La escena del diván y el psicoanalista con pinta de sabio centroeuropeo son ya por sí mismos un par de topicazos que no auguran demasiada profundidad.
ResponderEliminarEl guión es pobre y desaprovecha gran parte de lo que podría haber dado de si la historia.
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