Tercer libro de la autora norteamericana que le valió el Pulitzer de ficción y que en mí ha dejado sensaciones contrapuestas.
El protagonista, Theo Decker, un niño de 11 años, está en el Museo Metropolitano de Nueva York visitando una exposición de pintura holandesa, cuando se produce un atentado terrorista, una explosión que acaba con la vida de su madre, con la que poco antes ha estado contemplando un cuadro, El jilguero, de Carel Fabritius, un discípulo de Rembrandt que murió con 32 años cuando una fábrica de pólvora cercana a su estudio explotó. Casi toda su obra resultó destruida y de la que se salvó, El Goldfinch (El jilguero), está considerada como la más delicada y conseguida. Cuando Theo logra salir a la calle tras haber atravesado los escombros, en su mochila escolar, lleva el cuadro de Fabritius.
La novela comienza con el protagonista en la habitación de un hotel de Amberes, leyendo y escuchando noticias en holandés que no entiende, temeroso de que la policía le esté buscando, con un crimen de por medio.
Desde ese arranque, nos trasladamos a la adolescencia de Theo, a la muerte de su madre y a la deriva que va tomando su vida, primero viviendo con una familia de clase alta que le alberga en su casa de manera temporal, hasta que aparece su padre, un jugador alcohólico que le lleva con él y con su pareja a Las Vegas, donde conocerá a Boris, un chico ruso cuyo padre trabaja en prospecciones mineras, que ha recorrido medio mundo y cuyo influjo, para bien y para mal, será definitivo en la vida de Theo.
La autora bebe de unas cuantas fuentes, de los clásicos rusos, sobre todo Dostoievski, pero encontramos también rastros de Dickens e incluso de algunos de algunos autores de novela negra (Raymond Chandler, etc.), incluso encontramos un pequeño homenaje al más popular personaje de J.K. Rowling, el mago Harry Potter.
Está escrito en varios niveles, pues se nos narra la vida de Theo con su protector, Hobie, el excéntrico pero amable comerciante y restaurador de antigüedades; el amor platónico que siente por Pippa, la chica que también estaba en el museo en el momento de la explosión; la vida burguesa junto a los Barbour, la familia de acogida temporal y la irrupción de Boris como un terremoto que todo lo sacude y con el que vivirá experiencias de amistad, incluso un escarceo homosexual, se adentrará en el mundo de las drogas y de la delincuencia y mantendrá una relación de amor/odio en la que predomina la amistad y una lealtad ambigua.
Es cierto que hay páginas de simple narrativa, me refiero a que se detiene en descripciones de objetos y personas por el puro placer de hacerlo, que son pequeñas joyas de literatura que se leen por el simple placer de hacerlo, pero en otros momentos, en aquellos en que no alcanza esta brillantez, como quiera que esos largos interludios narrativos tampoco aportan nada, se hacen prescindibles totalmente y en un libro de 800 páginas, llega a hacerse reiterativo por momentos.
Parece, por tu análisis, un buen libro. De los que me gustan a mí al tener argumento complejo y variado.
ResponderEliminarA mí no creas que ha acabado de convencerme.
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