Peter Ibbetson (Gary Cooper) y Mary Mimsey (Ann Harding), compañeros de juegos infantiles, pertenecen a dos acomodadas familias inglesas que viven en lujosas mansiones vecinas en la afueras de París. Las circunstancias de la vida les separan, pues cuando el pequeño Peter queda huérfano, su tío, residente en Londres, asume su tutela y se lleva a su sobrino con él. La traumática separación rompe el corazón de los pequeños, pero con el tiempo volverán a encontrarse: él convertido en un famoso arquitecto y ella casada con el duque de Towers (John Halliday).
Peter es contratado por el duque para diseñar sus nuevos establos y él, que siempre se ha mostrado esquivo al amor que algunas mujeres han dejado entrever, se enamora perdidamente de la duquesa, hasta que ambos descubren quién es el otro y Peter es consciente de que su amor por Mary no ha desaparecido con el paso de los años, sino todo lo contrario, pero el arquitecto es sentenciado a cadena perpetua por asesinato accidental. Mary viene a él en sueños y pueden vivir su romance en un mundo imaginario.
El guión se basa en la novela de 1891 Peter Ibbetson, del novelista e ilustrador británico de origen francés George du Maurier y, también, en la adaptación teatral que de la misma había hecho John Nathaniel Raphael.
George du Maurier era abuelo de la también novelista Daphne du Marier, autora entre otras obras de Rebeca, que fue llevada al cine por Alfred Hitchcock.
Con una espléndida fotografía de Charles Lang Jr., Henry Hathaway dirige con maestría una película que tiene elegantes escenas, encuadres cuidados y algunos diálogos intensos, todo ello con ese aroma de cine clásico que tanto añoramos en ocasiones.
Es una historia de amor que mezcla romanticismo con fantasía, algo edulcorada, pero sin llegar a resultar empalagosa. Su mensaje: el amor verdadero supera todas las barreras por infranqueables que parezcan.
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