LANGOSTA

En una sociedad distópica, David (Colin Farrell), cuya esposa acaba de dejarlo, es enviado al hotel para solteros al que, según las normas del país, son enviados todos los solteros tras ser arrestados. Las estrictas reglas del hotel están destinadas, de manera clínica, a fomentar el amor, ya que todos en esta sociedad, heterosexuales u homosexuales, deben estar emparejados románticamente. Hay castigos severos para cualquiera que rompa las reglas. Y al igual que los demás, si David no encuentra amor en el hotel dentro de cuarenta y cinco días, será transformado quirúrgicamente en el animal de su elección (el de David es una langosta), esta transformación no pretende ser un castigo, sino más bien otra oportunidad para encontrar el amor dentro de otra especie. De hecho, Bob, el perro que David trae al hotel, era su hermano durante su vida humana. David descubrirá que su búsqueda de amor depende de las otras personas en el hotel, cada una de las cuales tiene su propia agenda sobre qué hacer si no puede encontrar el verdadero amor dentro de su límite de tiempo. Sin darse cuenta de esto a su llegada al hotel, David se enterará más adelante, que hay un grupo de rebeldes que viven en el bosque, muchos de los cuales son fugitivos del hotel. Los rebeldes no toleran ninguna forma de emparejamiento dentro de su grupo, excepto como una artimaña cada vez que necesitan pasar desapercibidos en la ciudad. Pero del mismo modo que uno no puede activar automáticamente los mecanismos emocionales para encontrar el verdadero amor en el hotel, tampoco se pueden apagar automáticamente esos mecanismos si te encuentras entre los rebeldes.

La película plantea un mundo de extremos en el que todo suena muy orweliano (permitáseme la expresión), las cosas están programadas y nadie puede salirse del guión. No sabemos, pues nada se nos dice, de cuál es el origen de que las autoridades, o la sociedad como tal, determine que todo el mundo ha de estar emparejado, suponemos que algún tipo de catástrofe o desarreglo ha tenido lugar en el mundo para llegar a tal extremo.

Por un lado está esa obligación y además, quienes están solos, han de solventar su problema en 45 días, un plazo que tampoco parece muy razonable para acomodar una relación que se presume ha de ser duradera. Para acabar de rematarlo, las alternativas, por más que se presente la de convertirse en un animal como una especie de segunda oportunidad, parece que no resultan demasiado halagüeñas, pues la mayoría se esfuerza en evitar llegar a ese punto.

Por otro lado, los rebeldes que han escapado del hotel, representan el extremo opuesto: nada de relaciones si no quieres verte sometido a crueles y dolorosos castigos.

Entre ambos, David, parece representar el justo medio, lugar en el que siempre se nos dice, está la virtud. Pero vive en un mundo en el que ese término medio no tiene cabida. Si tienes la suerte de encontrar de manera aleatoria una pareja con la que convivir que te resulte adecuado, estarás tranquilo y feliz, si no, las opciones son todas malas, pero es lo que hay.

Como planteamiento no está mal, pero a mí me parece más una película cercana a un refinado terror que a la comedia de humor oscurísimo en que la encuadra la mayoría de la crítica. Yo le busco el sentido del humor, por más negro que sea y no lo encuentro, aunque supongo que hay personas que dirán que no es humor al uso y que es para inteligentes, aunque no empleen esa expresión para no parecer un ilustrado repelente.

La narración resulta fría y lejana, aunque al parecer, es un sello distintivo del cine de Yorgos Lanthimos, un cine que tiene algo (no sé si mucho) de experimental y que trata de buscar nuevos lenguajes que se salgan de lo usual y que no entreguen demasiado trillado al espectador lo que se está representando en la pantalla.

Es una película que requiere cierto esfuerzo (tampoco demasiado, no se asusten) por parte del espectador y que ofrece interpretaciones diferentes, al menos en los matices de la misma y, desde luego en el resultado final, pues tampoco queda clara cuál es la determinación del protagonista para su propio futuro.