Chris Washington (Daniel Kaluuya), un joven fotógrafo afroamericano de gran talento, se prepara para reunirse con los padres de su novia blanca, Rose Armitage (Allison Williams), durante un fin de semana en su casa del lago Pontaco. Chris y Rose han estado juntos durante cinco meses, y los Armitage desconocen por completo que el novio de su hija es negro.
Cuando Chris finalmente se encuentre con la madre de Rose, una psiquiatra especializada en hipnosis, y su padre, un neurocirujano, pronto se dará cuenta de que la familia está rodeada de sirvientes negros en la total privacidad de su magnífica y aislada propiedad en el bosque. Poco a poco, a medida que el ambiente amistoso y cortés da paso a una amenaza indistinguible e irreconocible, el estado de ánimo inquietante junto con el puro temor perturbará rápidamente la fachada tranquila de la familia. ¿Qué podrían estar ocultando los Armitage? ¿Y por qué hay una habitación cerrada que conduce al sótano?
Lejos de apaciguar la especie de paranoia en que ha entrado Chris, la llegada de un montón de invitados a lo que la familia denomina su fiesta anual, empeora las cosas, pues Chris empieza a percibir comportamientos que le parecen poco naturales en algunos de ellos, así como en la actitud de los sirvientes de la casa y de Jeremy (Caleb Landry Jones), el hermano de Rose.
Algunas de estas cosas que le ponen nervioso, se las va diciendo Chris por teléfono a su amigo Walter (Marcus Henderson), un agente de transportes que se encargará de cuidar al perro de Chris durante su ausencia y que acabará siendo el único que atienda las sospechas de Chris.
El guión, del propio realizador del film, Jordan Peele, obtuvo el Oscar al mejor guión original en 2017. Un guión en el que llevaba trabajando unos cuantos años y que por las connotaciones del mismo, ante la relajación del sentimiento racista en EE.UU. tras la elección de Obama como presidente, parecía como si se le hubiera pasado el momento oportuno de llevarlo a la pantalla. Sin embargo, el resurgir de la xenofobía y el racismo en algunos sectores sociales, convenció a Peele de que quizá, esta era la ocasión de sacar adelante su proyecto.
Jordan Peele citó clásicos del terror como La noche de los muertos vivientes (1968), La semilla del diablo (1968) y Las mujeres de Stepford (1975) como inspiración para crear esta película.
Poco debemos hablar del argumento y posterior desarrollo de la película si no queremos estropear la grata experiencia de quienes la contemplan por primera vez y tienen la ocasión de ir descubriendo el encaje final de todas las anteriores secuencias que el film ha ido mostrando a modo de pistas y de señales que cuando estamos viendo, algunas veces o nos dicen poco, o no tienen demasiado sentido, hasta que al llegar al desenlace descubrimos que todo aquello tenía un porqué y encaja a la perfección en el mensaje final que se nos quiere dejar. En ciertos aspectos me ha recordado a El sexto sentido, en incluso en algunos pasajes, sobre todo en las escenas del final, a El resplandor.
La película encierra mucho más de lo que parece y bajo la capa de un film mezcla de suspense y terror, hay una continua metáfora sobre las nuevas formas de racismo y esclavitud, mucho más sofisticadas que el descarado sometimiento de las razas consideradas inferiores, para dar paso a una nueva esclavitud escondida tras la apariencia de aceptación al diferente al que, sin embargo, se le mantiene sojuzgado y se le sigue considerando inferior.
Una buena película, de esas que en una segunda revisión, continuas descubriendo detalles que se habían pasado por alto, apoyada en un buen trabajo de actores y en un guión muy trabajado y tremendamente cuidado en los detalles.
Un poco extraña...¿cierto?
ResponderEliminarPero muy original y con muchos detalles en el guión.
EliminarEn estos tiempos calificar de original a una película es darle muchos enteros. Esta cinta sin duda lo es.
ResponderEliminarYo así lo creo.
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