lunes, 16 de julio de 2018

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS

El hombre de las mil caras es la historia del hombre que engañó a todo un país. Francisco Paesa (Eduard Fernández) es uno de los hombres más intrigantes de las últimas décadas, que a finales de los años sesenta, protagoniza una osada estafa en la recién independizada República de Guinea: huye con los fondos recaudados para un imaginario Banco Nacional de Guinea y se refugia en Suiza. Durante su azarosa vida, ha sido hombre de negocios, banquero en Suiza, traficante internacional de armas, gigoló, playboy, diplomático, aventurero, estafador y agente secreto: un espía. En un momento dado, Paesa es traicionado por el gobierno español y se ve obligado a huir del país. Cuando regresa al cabo de los años, todo ha cambiado: está arruinado, es incapaz de poner en marcha cualquier negocio -su fama de timador le precede- y su relación con Gloria (Mireia Portas), su pareja en los últimos quince años, parece que toca a su fin. En estas circunstancias, recibe la visita de Luis Roldán (Carlos Santos), y su mujer, quienes le ofrecen un millón de dólares a cambio de ayudarles a salvar 1.500 millones de pesetas, sustraídos de las arcas públicas durante su etapa como Director General de la Guardia Civil. Una oportunidad idónea para que Paesa pueda vengarse y mejorar su situación económica, traicionando a su cliente. Con la ayuda de Jesús Camoes (José Coronado), su inseparable socio, orquestará una intrincada y magistral operación dónde la verdad y la mentira tienen límites difusos. Una farsa digna de los mejores espías y reflejo del ocaso de una época.


El guión se basa en el libro "Paesa. El espía de las mil caras", del periodista Manuel Cerdán.


Con un presupuesto muy ajustado, Alberto Rodríguez saca adelante un film entretenido que nos acerca a una de las historias más rocambolescas de la democracia española, en la que la corrupción toma papel preponderante, el final de una etapa y el principio de otra que aún estamos viviendo.
Los que ya tenemos cierta edad, recordamos perfectamente la conmoción que supuso que el Director General de la Guardia Civil (nada menos), se viera en la picota por haber robado un buen pedazo de los ingentes fondos que el Estado ponía a su disposición. Dinero de todos, se supone que para protegernos de gentes como él y que al final, presuntamente, fueron a parar, al menos en parte, a manos del más listo de la clase, un Francisco Paesa que es la la actualización mejorada y a lo grande, de los clásicos pícaros de la historia española.
Es probable que si se le hubiera dado otro enfoque, cercano por ejemplo a El Golpe, la película quizá hubiera sacado más partido de la historia que cuenta, pero de cualquier modo, hay que reconocer que Alberto Rodríguez lo hace muy bien, manteniendo la atención del espectador sobre una historia conocida (algo nada sencillo en principio), a la que sabe dotar de dinamismo y agilidad y que, aunque con algunos momentos en que parece que se toma cierto respiro, mantiene un ritmo que concita la atención del espectador, aunque pienso que quizá, las generaciones más jóvenes no disfrutarán lo mismo de la película, ya que nosotros revivimos ciertos recuerdos que ellos no tienen y tal vez se puedan perder un poco en la narración e incluso carezca del interés que tiene para quienes vivimos aquellos tiempos no tan lejanos.
Bien interpretada, con una buena banda sonora y una adecuada ambientación, nos tiene que quedar claro que, aunque bien documentada y tomando muchas cosas de la realidad, estamos ante una obra de ficción y no ante una película documental, eso sí, los que vivieron los tiempos lo recordarán de sobra, por increíble que nos parezca la historia, la realidad fue mucho más sucia y patética.
Creo que fue el autor de la novela el que comentaba que Paesa no era un reflejo de las alcantarillas del estado, sino que era la tapadera de ellas, que si salta, deja salir toda la mierda (con perdón) que circula por las mismas.
La película, además, echa mano de un sutil sentido del humor, que arrancará más de una sonrisa, las referencias a los motes de alguno de los protagonistas es típica de la picaresca nacional y además les iban como anillo al dedo a los mentados: "El Algarrobo", para referirse a Roldán, o "El chófer de Drácula", para el ministro Belloch (Luis Callejo). Además de esto, tiene otros golpes muy logrados que como digo, harán sonreír a más de uno.
Con este film y tras el éxito de La Isla Mínima, Rodríguez nos demuestra el dominio que tiene del thriller nacional, un cine de calidad que merece la pena disfrutar.

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