Bill "Stoker" Thompson (Robert Ryan) es un boxeador de 35 años (considerado viejo para el deporte en general y el pugilismo en particular), un tipo que a todas luces ha fracaso en su carrera, pues nunca ha pasado de disputar combates de segunda.
Sin embargo, él sigue soñando con ese golpe que le haga ganar un poco de dinero con el que establecerse en la vida.
Su manager pacta una derrota por K.O. con el mafioso "Little Boy" (Alan Baxter). Tan poca fe tiene en su pupilo que ni siquiera se molesta en hacerle partícipe del tongo, todo se hace a espaldas del interesado.
La sensación de fracaso de Stoker, se ve aumentada por que su esposa (Audrey Totter), harta de que tenga que aguantar palizas para nada, le apremia a que deje esa vida. Ese será el acicate para que el veterano boxeador salga más motivado que nunca en busca de ese golpe milagroso que le pueda reportar unos cuantos dólares de ganancia y el inicio de una nueva vida.
La película narra los hechos en tiempo real, desde las 21:05, hasta las 22:17 de un día cualquiera, en una ciudad cualquiera (Paradise City), esas son las horas que se ven en el reloj cuyos planos sirven de inicio y final al film, cuya duración, según la ficha técnica, es de 72 minutos.
Es cierto que la peli se encuadra perfectamente en el subgénero de filmes de boxeo, pero su realizador, Robert Wise, reflexiona sobre algunas cosas más que sobre la pelea.
El film es, entre otras cosas, una película sobre perdedores.
El guión se basa en un poema de Joseph Moncure March y gran parte de lo que se dice en esos versos está en el film, quizá la variante más signíficativa es que en el poema, el boxeador es negro.
Acompañado por un buen elenco de secundarios, Robert Ryan consigue aquí una de sus mejores interpretaciones, dando vida a un personaje atormentado y a un boxeador honesto que cuando sospecha del tongo de su manager, saca fuerzas de flaqueza para ganar la pelea.
La crítica hace mucho hincapié en las escenas de boxeo, está claro que son de lo mejorcito, no sólo de esta peli, sino en general de este tipo de peleas y el mismo Scorsese confiesa que tomó nota de muchos de sus planos para su Toro salvaje.
El combate dura, nada menos que 18 minutos en pantalla y el tratamiento que se le da es magnífico, lleno de verismo y con unos detalles muy conseguidos.
Reconociendo todo ello, dándolo por sentado, a mí lo que más me interesó son las escenas menos llamativas y espectaculares, pero de gran valor, incluso documental, de los instantes previos.
La cámara se mete en los vestuarios y nosotros con ella. Creedme si os digo que ahí está lo mejor de este film.
Unos vestuarios pobres, destartalados, incluso asquerosos (en el sentido de que da un poco de asco imaginarse uno allí, cambiándose de ropa o siendo curado de las heridas).
Estamos acostumbrados a ver ese vestuario que, incluso cuando retrata a boxeadores perdedores, consta de una habitación en la que están el púgil y sus segundos. Aquí no, aquí la realidad toma cuerpo y vemos lo que debían ser de verdad aquellos cuchitriles del circuito de segunda serie. Vestuarios compartidos por hasta seis o siete púgiles, cada uno matando el tiempo como puede, sin ninguna intimidad, con todo destartalado (taquillas oxidadas, lavabo sucio, paredes aún más sucias...). Los boxeadores ayudándose unos a otros a quitarse los vendajes o a calzarse los guantes... Miseria.
Este panorama, le da pie al realizador para estudiar a cada uno de los que por allí pasan, desde el sonado hasta el debutante, cual modernos gladiadores, pero de los que actuaban en circos de provincias, perdedores que lo mejor que podían sacar de todo aquello es que no les zurraran mucho.
Combatiendo ante un público en el que Robert Wise quiere presentarnos a varios estereotipos de personajes sedientos de sangre y a los que nada importa quién combate, sino que se casquen bien fuerte, que haya carnicería.
La idea de los personajes del público es muy buena (qué hace un ciego "viendo" un combate; o el nervioso que no puede reprimirse e imita cada golpe que ve en el cuadrilatero y pone mueca de dolor cuando hay un puñetazo de los que hacen daño; o la mujer que repite: ¡mátalo!, ¡mátalo!), pero creo que al final resulta fallida, a mí no acabó de gustarme el tratamiento que hace de estos personajes que potencialmente daban para más.
Muy interesante también el contrapunto que pone el personaje de Audrey Totter, la esposa, el paseo que se da por la noche de la ciudad, mientras su marido combate, es antológico.
Un intento de final feliz un poco forzado, acaba por ser un tanto decepcionante en el intento de suavizar las durísmas secuencias que hemos vivido previamente con los gansters de por medio.
Una buena película que muestra la dureza de este mundo en el que hay de todo menos deporte, en el que los boxeadores, al final, sólo se tienen a ellos mismos y que jamás fue estrenada en España.
Una de las mejores películas sobre el mundo del boxeo, junto a "Toro Salvaje", "Más dura será la caida" y "Marcado por el odio".
ResponderEliminarRobert Ryan está francamente bien.
Ryan no hizo muchos papeles como protagonista, aquí está fenomenal.
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