La colonización europea de África y la posterior independencia de las diversas repúblicas y reinos que hoy integran el continente, dejó secuelas que aún hoy siguen vigentes, entre otras, la arbitraria división del territorio sin atender a la tradicional separación entre etnias y tribus, siguiendo otros criterios, en ocasiones espurios. No hay más que echar un vistazo al mapa africano para encontrarnos con una cantidad inusitada de fronteras en línea recta, en contraste con la sinuosidad irregular que marca la separación de los países del viejo continente.
Una de las consecuencias más graves de este sistema de divisiones que no respetaba las separaciones tradicionales, ha sido la cantidad de conflictos de origen étnico, económico o religioso, o de todos a la vez. Uno de los más recordados y cuyas secuelas aún perviven, fue la guerra de Biafra, el pequeño y efímero país africano que proclamó su independencia de Nigeria el 30 de mayo de 1967 y subsistió como estado independiente hasta el 15 de enero de 1970, tras la capitulación de las tropas biafreñas el día 12 de ese mismo mes, con la consiguiente reintegración del territorio separatista a la república nigeriana.
La novela de Chimamanda Ngozi Adichie, narra el atroz enfrentamiento entre las etnias igbo y hausa que dio origen a uno de los episodios más recordados y terribles de la reciente historia africana y que desembocó en una hambruna, utilizada por Nigeria como arma de guerra, que ha marcado una época. A muchos de los que entonces éramos niños o jóvenes, cuando se nos habla de Biafra, la imagen que se nos viene a la cabeza es la de niños con vientres hinchados, brazos como palillos, llorando sin lágrimas, porque ya se les ha secado hasta eso y rodeados de moscas a las que no tienen ni fuerza, ni ganas de espantar.
Esa hambruna hizo que el mundo entero fuera consciente de la situación y prorrumpiera en manifestaciones y muestras de protesta en sitios tan alejados ideológicamente como Moscú o Londres; ocasionó también que Biafra se colara en la campaña presidencial de Nixon o que padres de todo el mundo obligaran a sus hijos a comer. La hambruna llevó a las organizaciones de ayuda humanitaria a enviar clandestinamente partidas aéreas nocturnas de comida a Biafra, ya que ninguno de los bandos se ponía de acuerdo en las rutas y la hambruna, por fin, impulsó la carrera de muchos fotógrafos e hizo que la Cruz Roja Internacional, considerara la situación como la emergencia más grave desde la Segunda Guerra Mundial.
El título de la novela hace referencia al emblema que figuraba en la bandera de Biafra, en el libro se nos narra la peripecia de Olanna, una mujer de clase alta, perteneciente a la intelectualidad biafreña que soñó con una independencia que hiciera las cosas más justas. Ese idealismo está detrás de la Biafra libre que se nos muestra en el relato, cuando todo se desmoronó en la vida de Olanna que vivía cómodamente en una Nigeria en que igbos, hausas o yorubas, aunque con ciertos recelos soterrados, se relacionaban, compartían trabajos, incluso se casaban y, de la noche a la mañana se matan entre ellos, convertidos en enemigos irreconciliables, odiándose hasta extremos insospechados.
En la novela, los occidentales son los responsables de que aquella hoguera esté ardiendo, pero también vemos a algunos que están comprometidos y entre los personajes del libro encontramos a tipos totalmente humanos y creíbles, ninguno de ellos, incluso los que parecen más alejados y ecuánimes, observa conductas intachables, en algún momento acaban aflorando las miserias, los egoísmos y la parcialidad.
Hay un episodio, hacia el final de la novela, cuando aparecen dos reporteros norteamericanos, que refleja un poco cómo se viven estos conflictos desde occidente, pues uno de ellos pregunta si sería posible ver el lugar en que fue asesinado un obrero italiano que trabajaba en el país. Esto en un conflicto que costó cientos de miles de muertos, claro que la mayoría eran negros y esos interesan menos.
La novela fue adaptada al cine en una producción británica de 2013, dirigida por Biyi Bandele.
Por desgracia, no fue un caso aislado: el genocidio de Ruanda adquiriría proporciones incluso más dramáticas que lo acontecido décadas antes en Biafra.
ResponderEliminarEs cierto, sin embargo Biafra ha permanecido en el imaginario colectivo.
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