George Kimball (Rock Hudson) es un hipocondriaco que, tras una visita al médico, confunde su diagnóstico con el de un moribundo y queda convencido de que una enfermedad acabará pronto con su vida, por lo que decide arreglar sus asuntos antes de que llegue el día fatal. Lo único que le preocupa es el futuro de Judy (Doris Day), su encantadora esposa, de modo que, con la ayuda de Arnold (Tony Randall), su mejor amigo, empieza a buscarle un marido.
Primero le oculta a su esposa su presunta dolencia, pero esta descubre que no se está muriendo en absoluto y cree que la actitud de su marido es únicamente una excusa poco convincente para tratar de ocultar una aventura, por lo que decide dejarlo.
El guión adapta una obra teatral de Norman Barasch y Carroll Moore, estrenada en Broadway cuatro años antes del film.
Deliciosa comedia, con un humor trasparente de gran nivel que no necesita acudir a lo soez para mantenernos en una carcajada casi continua.
Si los dos protagonistas están estupendos, qué decir de los magníficos secundarios, comenzando por un soberbio Tony Randall, pero sin perder de vista al doctor Morrissey (Edward Andrews), genial en las escenas en que aparece o al empleado de la funeraria (Paul Lynde), en unas secuencias la mar de divertidas.
Un film muy divertido, con momentos geniales y la sonrisa asegurada.
El cine (y el mundo) eran muy candorosos en aquel lejano 1964. Quizá es ahí donde radica el encanto de este tipo de comedias.
ResponderEliminarEra todo muy trasparente, humor blanco que hoy puede parecer incluso ñoño, pero dotado de un encanto especial que, en buena parte, se ha perdido.
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