Un profesor norteamericano que dejó su trabajo hace años, lleva una vida solitaria en su lujoso palazzo de Roma. Una noble italiana, casada con un rico industrial francés, se cuela en la casa, a la que van llegando sus acompañantes: su amante, su hija y el novio de su hija; pretenden que les alquile el piso superior del edificio y, aunque al principio se niega, poco menos que se ve obligado a ceder a sus pretensiones. Su sosegada vida se verá entonces perturbada por las maquinaciones de sus inquilinos.
Un espacio escénico que se reduce a las habitaciones del decadente y barroco palacio del protagonista es el entorno en que se desarrolla este profundo retrato humano que alcanza su máxima altura en lo diálogos entre los personajes de Lancanter y Helmut Berger, dos solitarios a los que la vida ha llevado por distintos caminos y cuyas formas de ser disecciona con brillantez Luchino Visconti. La soledad buscada del primero, puede ser entendida como cobardía ante el hecho de relacionarse con otros, o como reconocimiento de derrota y hastío ante la vida misma que considera fracasada, refugiándose en la perfección del arte ante la imperfección de las personas.
El segundo, el personaje de Berger, cuyas convicciones de hombre culto, combativo y lo que llamaríamos en lenguaje actual, progresista, con la realidad de su existencia, vendido a la clase social a la que aborrece a cambio de dinero y comodidades, es, al tiempo que el retrato de un personaje, una crítica a las actitudes de cierta izquierda, tras cuya fachada de frases y gestos grandilocuentes, esconden una vida acomodada que nada tiene que ver con los postulados que defienden.
La película tiene algo de autobiográfico, con un Visconti gravemente enfermo (de hecho, la película comenzó su rodaje únicamente cuando las productoras y la aseguradora, obtuvieron el compromiso firme de Burt Lancaster, de que se pondría tras la cámara si Visconti no podía seguir dirigiendo), el testimonio de una persona que siente las pisadas de la muerte como si fuera un vecino molesto en el piso de arriba.
Al final, el viejo profesor se rinde a la ruidosa y molesta familia que ha venido a perturbar la quietud de su existencia, pero a la que debe un último viento de frescura y que le haya devuelto el subyugante encanto de la juventud y sus contradicciones.
Magníficas interpretaciones, sobre todo de los actores citados y no menos llamativos los detallados encuadres que contribuyen a realzar el simbolismo de las imágenes para una película que quizá no tiene el reconocimiento que se merece dentro de la filmografía del maestro italiano.
Curiosa la casi fugaz aparición en pantalla, sin acreditar, de Claudia Cardinale (bellísima), cuando el profesor evoca la imagen de su esposa.
Entre la inevitable música de Mozart que acompaña algunas secuencias del film, encuentra también su hueco Iva Zanicchi interpretando, entre otras, esta "Testarda io" que sirve de fondo al arranque de esta perturbadora y muy significativa secuencia de la película:
Me gustaría volver a ver esta película de Visconti; sobro todo, después de leer tu reseña.
ResponderEliminarSaludos.
Creo que merece la pena.
EliminarPuede que Visconti estuviese en las últimas, pero después de ésta aún tuvo tiempo de filmar otra obra maestra, "El inocente" (1976), con la que cerró su magnífica filmografía.
ResponderEliminarEl talento lo seguía teniendo, pero ya estaba muy malito el pobre.
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