La hija de Tatsuo Iwabuchi (Tatsuya Mihashi), presidente de una importante empresa inmobiliaria se casa con Kôichi Nishi (Toshirô Mifune), un antiguo vendedor de autos, nombrado secretario en la empresa desde que se anunció el compromiso. Sin embargo, se sospecha que Iwabuchi y otros miembros de alto rango de su empresa han cometido actos ilícitos corporativos y la boda se convierte en una farsa, con la prensa pululando por todos lados. Para acabar de enrarecer el ambiente, durante el banquete circulan entre los invitados ciertos rumores y comentarios sobre un hecho ocurrido cinco años atrás, cuando un ejecutivo de la compañía murió tras caer por la ventana del último piso del edificio donde tiene su sede, mucha gente dudó de la versión oficial, según la cual se había tratado de un suicidio. Ahora, otros altos funcionarios están en dificultades y parece que está relacionado con esa muerte de hace unos años.
Una trama de corrupción urbanística en la que se adjudican obras a la oferta más cara a cambio de una suculenta mordida es el asunto alrededor del cual gira la trama, un tema que, por desgracia, no ha perdido actualidad a pesar de estar hablando de una película de 1960.
Con un blanco y negro a veces tenebroso, en las primeras escenas Akira Kurosawa nos presenta una panoplia de personajes que van desde el protagonista que busca venganza por unos hechos que ocurrieron en el pasado, hasta los empresarios que participan en los sucios negocios y que se reúnen en la boda al mejor estilo de los mafiosos clásicos, rodeados de lujo y servidos como reyes, maquinando, cuando se ven amenazados por la justicia para cargar el muerto a los de abajo en la representación más absoluta de la cobardía.
Quizá uno de los peros que pueda ponerse al film es su larga duración, dos horas y media, con un ritmo pausado, cargado de amargura irónica, es un perfecto retrato de la corrupción en las altas esferas, con un final que encierra gran simbolismo y que nos significa que nunca llegaremos a conocer a los verdaderos capos del asunto, esos que duermen en paz. Un final de lo más desalentador, al contrario de lo que ocurre en films más complacientes, este demuestra el alto precio que ha de pagar quien busca la justicia y lo fácil que resulta a los inmorales eludir sus culpas.
Una joya más de las muchas que nos reserva el cine japonés.
ResponderEliminarComo tantas otras que parece que se nos han ido perdiendo en el camino.
EliminarEl cine de Akira Kurosawa, tiene algo especial. Un fuera de serie, vamos.
ResponderEliminarSaludos!
Casi todas sus películas tienen ese algo a que aludes.
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