Quizá el acontecimiento más recordado de la lucha que mantuvo el Emperador Carlos V contra los príncipes protestantes agrupados en la Liga Smalcalda, fue la Batalla de Mühlberg, el 24 de abril de 1547. En esta acción se halló presente Luis de Ávila y Zúñiga, Marqués consorte de Mirabel y Comendador Mayor de la Orden de Alcántara, personaje en el que Carlos I depositó toda su confianza, encomendándole misiones diplomáticas delicadas y a quien encargó que relatara sus campañas contra los protestantes.
Fruto de este encargo es la crónica de que hoy hablamos, un libro en el que, sobre todo, trata con gran competencia los aspectos militares. Tildada por algunos de parcial, escrita de forma honrada, pero que pone a su amo y señor a la altura de lo grandes capitanes de la Historia, se pone en boca del mismo emperador la siguiente frase: "Mis azañas no igualan las de Alejandro... pero no tenía un cronista como el mío".
Ávila era un hombre culto, así lo denota el estilo en que está escrito el libro en que él mismo se presenta como espectador imparcial, aunque es verdad que encarece sobremanera las acciones del Emperador, no tiene reparo alguno en elogiar el valor, la presencia y la hidalgía del enemigo, comenzado por el propio Juan Federico, elector de Sajonia, que fue hecho prisionero durante la batalla de Mühlberg. No obstante su grandísimo acatamiento al Emperador, no altera los hechos, ni falsea la verdad y su pericia en la táctica militar le lleva, cuando ha lugar, a hacer notar no solamente los errores cometidos por el enemigo, sino también los cometidos por los suyos. El libro contiene también noticias de los usos, costumbres, vestidos y forma de comportarse de los alemanes, por lo que resulta un testimonio histórico de primera mano. El relato de la batalla de Mühlberg, en que se halló presente y cerca del emperador, concluye así:
Esta victoria tan grande, el emperador la atribuyó a Dios, como cosa dada por su mano; y así, dijo aquellas tres palabras de César, trocando la tercera como un príncipe cristiano debe hacer, reconociendo el bien que Dios le hace:
— Vine, vi, y Dios venció.
Luis de Ávila, como Marqués consorte de Mirabel, habitaba el palacio del mismo nombre en la ciudad de Plasencia, en la que había nacido, no muy lejos de Yuste, lugar al que se retiró el Emperador por su consejo y donde le recibió de forma frecuente. Luis estuvo presente el día de la muerte del Emperador Carlos V en Yuste el 21 de septiembre de 1558, que siempre le tuvo por uno de sus más fieles y leales servidores.
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