Cheng Huan (Richard Barthelmess) es una especie de misionero cuyo objetivo es llevar las enseñanzas de paz budistas a los anglosajones civilizados. Al llegar a Inglaterra, se desilusiona rápidamente por la intolerancia y la apatía del país.
Se convierte en almacenista de una pequeña tienda. A través del cristal del escaparate, ve a la joven Lucy Burrows (Lillian Gish), una inocente joven, prácticamente una niña, que vive en un claustrofóbico ambiente en el barrio londinense de Limehouse, brutalmente maltratada y golpeada casi a diario por su padre, un boxeador alcohólico. Desnutrida y malvestida, incluso en esta condición deplorable, Cheng contempla en su rostro la belleza que otros ignoran y se enamora de la chica en la distancia.
El día que ella sufre un desmayo a la puerta de su tienda, él la recoge en el piso superior donde tiene su vivienda y la cuida. Con nada más que amor en su corazón, la viste de seda y le proporciona comida. Todavía débil, ella se queda en su tienda esa noche y todo lo que hace Cheng es atenderla en su postración.
Sin embargo, la paz y la felicidad que viven dura tan solo el tiempo que tarda Battling Burrows (Donald Crisp) en descubrir que su hija está con un extranjero.
Cheng, incluso lejos de su patria, trata de vivir conforme a su filosofía de paz y armonía, pero su idealista visión del mundo choca con la cruda realidad.
El guión se basa en el cuento "The Chink and the Child", contenido en el libro "Limehouse Nights", de Thomas Burke. El realizador D.W. Griffith, coguionista del film junto al autor de la novela, cambia algunas cosas del original y transforma al protagonista de simple marinero enrolado en un mercante chino que se ha endeudado y ha venido a parar a Limehouse, en nada menos que un misionero, con lo que suaviza el posible rechazo del público norteamericano, impregnado de xenofobia en aquellos años, lo que hacía complicado que aceptara a una especie de príncipe azul chino. Además, Lucy pasa de tener 12 a 15 años, con lo que, aunque nunca se sugiere, si algún espectador piensa que mantienen relaciones íntimas, ella deja de ser una niña para convertirse casi en una mujer.
En una de las tomas de la película, el escenario se iluminó con luces azules y doradas. Más tarde, durante la proyección de la película, un escenógrafo encendió accidentalmente esas luces y la película se tiñó de una manera inusual. D.W. Griffith, que estaba en la parte trasera del auditorio, quedó tan sorprendido y encantado por el efecto teñido de azul y dorado que ordenó que todas las copias de la película fueran teñidas con esos colores durante ciertas secuencias clave.
La película fue producida por D.W. Griffith para la compañía Artcraft de Adolph Zukor, una subsidiaria de Paramount Pictures. Sin embargo, cuando Griffith entregó la impresión final de la película a Zukor, el productor se indignó: ¡Cómo te atreves a entregarme una película tan terrible!, exclamó un enfurecido Zukor, ¡Todos en la película mueren! Contrariado y enfadado, Griffith salió de la oficina de Zukor y regresó al día siguiente con 250.000 dólares en efectivo, que arrojó sobre el escritorio de Zukor. Aquí tienes, gritó Griffith: Si no quieres la película, te la compraré. Zukor aceptó la oferta, y la película se convirtió en la primera lanzada por United Artists, la productora creada en 1919 por Mary Pickford, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Griffith. Una película notablemente exitosa, tanto en la crítica como en la taquilla y que dejó unos beneficios para la nueva compañía de 700.000 dólares de la época, según los registros del estudio.
Técnicamente, el film demuestra que Griffith manejaba con soltura el medio cinematográfico, sin embargo, vista hoy en día, la historia adolece de unos cuantos excesos, algunos muy típicos del cine mudo, sobre todo en sus comienzos, como son las composiciones teatrales de ciertas secuencias y la exageración en el gesto, muy notables por ejemplo en el personaje del padre de la protagonista, cuyos andares y poses, al público de hoy le pueden mover a risa, con lo que buena parte del dramatismo que pretende transmitir la película, se pierde. Pero también hay otros personajes y situaciones que no se adecuan bien a la manera de ver el cine hoy en día, con lo que hay que hacer un pequeño esfuerzo por situarse en la época y es que, por ejemplo, el chino, en ocasiones, en vez de ternura o empatía hacia su comportamiento, casi da miedo.
Griffith trata de manera casi devota el rostro de su actriz fetiche, Lillian Gish, de cuya figura extrae algunas tomas de gran belleza. La narración, aparte de que la historia nos pueda resultar más o menos inverosímil, está perfectamente planificada y el realizador echa mano de una amplia panoplia de recursos y habilidades técnicas.
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