Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Tras una noche de diversión en las Antillas, la tripulación del carguero británico SS Glencairn vuelve a la dura rutina y navega rumbo a Baltimore. El grupo es bastante heterogéneo, entre ellos: Driscoll (Thomas Mitchell) es un irlandés de mediana edad; Ole Olsen (John Wayne), un joven granjero de origen sueco; y Smitty (Ian Hunter), un caballero inglés enrolado de incógnito huyendo de su pasado. Tras recoger una carga de dinamita, deben regresar a casa, pero la amenaza que suponen los submarinos alemanes, siempre al acecho, hará que tengan que vivir momentos de enorme tensión.
Entre la rivalidad y la camaradería, todos los tripulantes deben aprender a vivir juntos y ayudarse mutuamente en este arriesgado viaje. El marinero Olsen tiene una idea en mente: volver a su país natal, Suecia, para rencontrarse con su madre.
Este puñado de hombres, primitivos, sencillos y nobles, parias y desarraigados que sólo encuentran cobijo en el mar, arriesgarán sus vidas una vez más, como tienen por costumbre, a cambio de una paga que malgastarán en la primera taberna del próximo puerto.
“Hombres Intrépidos” se estrenó el 11 de noviembre de 1940. No funcionó bien comercialmente, aunque la crítica la acogió con simpatía. Recibió 6 nominaciones a los premios de la Academia: Mejor Película, Mejor Fotografía en blanco y negro (Gregg Toland), Mejores Efectos Especiales (R.T. Layton, Ray Binger y Thomas T. Moulton), Mejor Montaje (Sherman Todd), Mejor Música Original (Richard Hageman) y Mejor Guión Adaptado (Dudley Nichols), de los que no se llevó ninguno.
"Bound East for Cardiff", "In the Zone", "The Long Voyage Home" (que da título a la versión original del film) y "The Moon of the Caribees", son las cuatro obras de teatro en un solo acto, originales de Eugene O'Neill, en las que se basa el guión de la película.
O'Neill, que cuatro años antes había recibido el Nobel de Literatura, no era precisamente un amante del cine, sobre todo no lo era de las adaptaciones literarias, ya que consideraba estas como una especie de traición a la palabra escrita. Sin embargo, estaba encantado con esta película que veía una y otra vez, de hecho, la copia que le regaló Ford, prácticamente la quemó de tantas veces como la sometió al calor de la lámpara del proyector.
Lo que más le gustaba, según decía, eran los silencios, las largas escenas sin palabras en las que Ford tradujo lo que O'Neill ponía en boca de sus personajes, a un lenguaje visual en el que las mismas cosas se nos cuentas a través de la imagen. De hecho, hemos de esperar 3 minutos para escuchar las primeras palabras en la película y estas vienen de la radio, las primeras frases en boca de alguno de los personajes, no llegan hasta casi cinco minutos después de haberse iniciado el film.
A pesar de estar casi olvidada dentro de la filmografía del maestro, era una de la películas favoritas de Ford, que tenía su casa decorada con cuadros y recuerdos de este film.
Es una historia de hombres aparentemente duros, que sueñan con abandonar el mar y que sin embargo, a la hora de la verdad, son un poco ingenuos, les engañan con cuatro copas en las tabernas del puerto y solo cuando vuelven a embarcarse, alcanzan cierta altura como personas.
Las historias están bien ensambladas, en un gran trabajo de guión, pero los resultados no son lineales, quiero decir que no todas están a la misma altura. Quizá la mejor, al menos la parte que a mí más me ha gustado, es aquella en la que sospechan que Smitty es un espía, al no saber nada de su pasado, lo amarran y amordazan, mientras abren la caja en que guarda sus pocas pertenencias y leen las cartas que contiene, hasta darse cuenta de que son de su esposa que le pide que regrese a casa y deja entrever que algo le ha ocurrido en su trabajo (posiblemente trabajaba para el gobierno) y que no le importa, ni a ella ni a sus hijos, que haya sido degradado. Los compañeros se avergüenzan de lo que han hecho, mientras Smitty llora al verse descubierto y expuesta su intimidad.
Hay quien ha querido ver aquí, una especie de relato premonitorio de lo que sería la llamada caza de brujas liderada por el senador McCarthy tras la guerra.
Son muy interesantes los aspectos técnicos de la película, entre ellos la gran labor de montaje y la espléndida fotografía de Gregg Toland, pero no quiero olvidar las buenas interpretaciones de algunos de los habituales actores de Ford, un trabajo bastante coral, en el que John Wayne es uno más, con un papel no más destacado que el de Thomas Mitchell o Ian Hunter, por ejemplo.