En un barrio de supervivientes (trasunto de el Raval, el Barrio Chino barcelonés) controlado por los ex-legionarios Gandhi (Juan Diego), Fontán (Joaquín Gómez) y Andrade (Pep Cruz), malviven el Nen (Antonio Fernández) y sus amigos Palito (Cheto), Topo (Javier Ambrossi) y Tostao (Francisco Conde). Corren los años 80 y el día a día es una continua guerra abierta por el dominio de las calles. La única ilusión de estos jóvenes es triunfar en el mundo de la rumba. Sin embargo, el Nen un día descubre, a pesar de los intentos por ocultarlo de su madre, Chata (Ángela Molina), cual fue el terrible destino de su padre, El Gucho, desaparecido desde hace años, en un asunto que tuvo mucho que ver con una relación mantenida entre ella y Gandhi, lo que le hará debatirse entre sus ansias de llegar a lo más alto en el mundo de la música, para lo que necesita el apoyo de Gandhi, y las de vengar a su progenitor.
El barrio vive momentos convulsos, épocas de cambios, la emigración, sobre todo africana, está trayendo nuevas gentes a la zona, otras bandas se están haciendo con el control del mismo, parece que los tiempos del Gandhi, sus compinches y gentes como ellos, están tocando a su fin en el momento en que se suceden los hechos que narra la historia.
La directora catalana Mireia Ros (que tiene una extensa trayectoria como actriz, sobre todo en la pequeña pantalla, y que ha dirigido algunas películas para la televisión catalana) firma esta cinta que tiene en la rumba su hilo conductor. El film está basado en una novela de Francisco Casavella (seudónimo de Francisco García Hortelano).
La banda sonora, de Johnny Tarradellas, combina clásicos de la rumba con hits populares de la época y temas originales que interpretarán Nen y sus amigos.
El film trata de ofrecernos un retrato de ese remedo de mafia nacional, que tenía sus cuarteles en almacenes de chatarra y similares, un tipo de delincuencia que, aunque se parece a la de Italia o Norteamérica, tiene sus propias señas de identidad, algo más cutre en las formas, aunque igual de despiadada en el fondo y poderosa en las zonas donde opera, normalmente reducidas a un barrio concreto de las grandes ciudades, en las que impera su particular código de honor y el respeto por esa especie de patriarca, un modelo tomado de los calés y en el que parece que lo importante es vivir sin dar un palo al agua, de forma que o trabajan para el grupo delincuente, o son rumberos, como es el caso, o ambas cosas a la vez.
Aunque en algunos momentos resulta algo naïf y como de andar por casa, la veteranía de Juan Diego, Ángela Molina y alguno de los secundarios, le da cierto empaque a la película, un intento interesante de trasladarnos la visión que de este mundo tenía el tristemente desaparecido Francisco Casavella, aunque se queda más en la intención, sin que llegue a un resultado demasiado brillante.
Entretenida por momentos y un poco desesperante en otros, en buena parte debido a un guión que deja bastante que desear y a unas actuaciones de los jóvenes que se mueven entre la espontaneidad y unas penosas limitaciones.
A día de hoy, por la edad supongo, ya no me gustan ese tipo de argumentos. Y es porque las llagas de la sociedad me entristecen y busco sólo lo que me entretenga y no me haga pensar en las miserias existentes.
ResponderEliminarEn este caso, tampoco es que te pierdas mucho.
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