martes, 27 de octubre de 2020

EL PUENTE LUDENDORFF, EN REMAGEN (SEGUNDA GUERRA MUNDIAL)

Tras la dura confrontación de las Ardenas, en las que el ejército angloamericano fue frenado en seco en su intento de invadir Alemania, el avance se reanudó y el siete de marzo de 1945, Colonia había caído. Sin embargo con ella, también había caído el enlace hacia el otro lado del Rin. A las doce del mediodía del día anterior, 365 metros del puente Hohenzollern fueron derruídos. Las expectativas de I Ejército de una pronta travesía, parecían cada vez más vagas, el río no era vadeable por ningún sitio, ni siquiera en su nivel más bajo y la mayoría de los 31 puentes del Rin habían sido demolidos por hombres con una excepcional aptitud para la destrucción. En realidad los aliados no tenían interés en tomar ningún puente, pues sabían que se encontrarían todos destruídos, o preparados para serlo en cuanto pusieran un pie en ellos, así que la aviación se dedicaba a bombardearlos para entorpecer el repliegue alemán y, a principios de marzo, tenían preparados en los puestos avanzados 1.100 lanchas de asalto, 124 lanchas de desembarco, 2.500 motores fuera borda, millón y medio de tablas de madera, 6.000 puentes flotantes y suficiente acero y pilotes para construír más de 60 puentes. No obstante, todos estaban de acuerdo en que todo sería más fácil si consiguieran capturar uno que ya estuviese construído.
Precisamente, ese puente con el que nadie contaba, se encontraba 24 kilómetros al sur de Bonn, en Remagen, una antigua ciudad romana a horcajadas sobre una carretera construída por Marco Aurelio. El puente se había construído en 1918 y llevaba el nombre del general Erich Ludendorff, con más de 300 metros de longitud y una anchura capaz para dos trenes, con dos pasarelas laterales para peatones. Los raíles no suponían obstáculo, pues se podían colocar sobre ellos planchas de madera para facilitar el tráfico motorizado.
En 1938 se habían instalado en el puente 50 cajas forradas de zinc, para alojar explosivos, unidas por cables que, a través de gruesos conductos se conectaban a un interruptor eléctrico de encendido en el interior del túnel del tren. Debido a la voladura de otros puentes cercanos a Colonia, una orden del Führer indicaba que las cargas explosivas en el puente de Remagen se colocaran cuando las tropas americanas se encontraran a ocho kilómetros, retrasando la ignición hasta que la demolición pareciera inevitable. Cuando los americanos descubrieron el puente intacto, se frotaron los ojos y decidieron jugarse el todo por el todo. Cerca de las 13:00 horas del siete de marzo, los soldados alemanes al otro lado de Remagen, comenzaron a oír los primeros disparos de las armas estadounidenses desde el norte. Poco después, a las 13:20 horas, la Compañía A hizo su aparición en la ciudad con los tanques M-26 Pershing, topándose de frente con alguna resistencia de jóvenes de la Volkstrumm, SA y milicias locales, que fueron fáciles de eliminar. Poco después, los tanques americanos Sherman y Pershing se dividieron en dos alas dentro de Remagen y convergieron en la rampa de raíles que ascendía al Puente Ludendorf. Nada más llegar a ese punto, los tanques americanos comenzaron a recibir fuego de la Colina de Erpel, eso dio tiempo a los alemanes a explosionar una carga en la rampa que subía al puente provocando un gran cráter, lo que incapacitó a los americanos a cruzarlo con tanques. Fue el turno entonces de los infantes del 14th Batallón Blindado y de sus Compañías A, B y C, que empezaron a disparar desde la rampa hacia los alemanes en el puente. Durante el combate los asaltantes consiguieron desconectar algunas cargas, aunque no todas. Tras más de una hora de combates, por fin se dio la orden de demolición. El capitán de la guarnición que defendía el Puente Ludendorff, Carl Friesenhahn, giró la llave del interruptor de contacto. No pasó nada. La giró de nuevo una y otra vez, sin efecto alguno. Un sargento alemán recorrió a toda velocidad los ochenta metros que separaban el túnel del puente y encendió a mano el cable principal, regresando a todo correr bajo el fuego enemigo. Una gran detonación, seguida por una nube de polvo, con las planchas de madera volando sobre la vía hechas astillas siguió a este nuevo intento de voladura. El Ludendorff pareció levitar unos instantes, pero se asentó de nuevo sobre sus cimientos de piedra y quedó practicable.
Nadie ha explicado de forma inequívoca por qué cuarenta y cinco kilos de explosivos no consiguieron detonar correctamente, el caso es que los soldados americanos corrieron hacía el puente cortando cables y lanzando cargas al agua. El sargento Alex Drabik de Toledo, fue el primer americano en pisar la otra orilla del Rin.
Cuando Heisenhower fue informado del hecho por Omar Bradley, exclamó: Brad, eso es maravilloso. Cruzad inmediatamente con todo lo que tengáis. En la cena que estaba celebrando no lejos de la catedral de Notre Dame, junto a varios comandantes de tropas aerotransportadas, se brindó con champán por el puente y los valientes muchachos que lo habían tomado. Es cierto que nadie habría elegido aquel puente como el idóneo y que pronto se formó allí un cuello de botella, pero aquel inesperado regalo permitió cruzar a un gran número de tropas y equipo, entre ellos, el 5º Pelotón de la Compañía K del 394º Regimiento de Infantería, que cruzó el puente el 12 de marzo, eran singulares porque se trataba de uno de los 53 pelotones de infantería formado por soldados negros.
Mientras tanto, las tropas de ingenieros americanas, se afanaban por reparar los muchos desperfectos del puente Ludendorff, a quien ya apodaban "Ludy", las mediciones revelaban que se inclinaba un poco del lado de contracorriente, pero los ingenieros creían que su estructura se había estabilizado. No era así. A las tres de la tarde del sábado diecisiete de marzo, saltó un remache con un fuerte ¡pop! Otros se fueron soltando, un estribo vertical se partió, siguió una nube de polvo y los maderos comenzaron a saltar mientras el acero chirriaba. A continuación el puente entero pareció doblarse sobre sí mismo, antes del hundirse en el Rin. Al cabo de una semana, ocho puentes cruzaban el Rin cerca de Remagen, alimentando la cabeza de puente que ahora tenía cuarenta kilómetros de ancho y trece de profundidad.
La deblacle de Remagen originó represalias en el bando alemán, el mariscal Gerd Von Rundest, fue relevado por el mariscal de campo Albrecht Kesselring. Peor suerte tuvieron cuatro oficiales subalternos considerados responsables de haber echado a perder la demolición del Ludendorff. Un consejo de guerra sumarísimo, los acusó, juzgó y condenó en 30 minutos. Tras negarles un sacerdote y despojarlos de sus galones de rango, fueron ejecutados con un disparo en la nuca y enterrados en una tumba a ras de tierra. Las cartas que se les había permitido escribir a sus familias, fueron quemadas.



4 comentarios:

  1. Hola Trecce!
    Me apasionan estas entradas bélicas, como las desarrollas y lo entretenida que resulta su lectura. La combinación de datos y personajes es perfecta.
    Saludos!

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    1. Pues mucho me temo que se van agotando de mi reserva de entradas.
      Me llevan mucho tiempo y tampoco es que ande sobrado.
      Gracias por tu entusiasmo.

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    2. Insisto en el comentario de Fran. Y aunque te lleve tiempo, espero que sigas deleitándonos con entradas como esta. Merece la pena. Saludos

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    3. Gracias, José Luis, muy amable de tu parte,
      Un saludo.

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