El libro de Jesús Ulled, narra la vida de Antonio Altemir, un personaje de ficción tras el que se esconde el propio padre del autor, un hombre cuya peripecia vital le pareció siempre digna de una novela y, tras leerla, creo que no ha errado en el juicio.
El protagonista forma parte de una familia que vive la política con pasión y sus dos hermanos mayores, Pepe y Rafael, herederos del firme republicanismo paterno, se habían entusiasmado con las palabras de Alejandro Lerroux, aquel andaluz de verbo populista que en pocos años renovó el republicanismo tradicional, aglutinando en el Partido Radical a sus diversas familias, y en especial a las clases obreras.
La novela arranca a principios del siglo pasado y a través de sus páginas vamos a vivir en primera persona muchos de los acontecimientos que salpicaron la vida de la Cataluña del momento, con el auge de las ideas nacionalistas, enfrentado con el españolismo de sus oponentes políticos y la radicalización en el mundo laboral, con los dolorosos enfrentamientos entre los sindicatos de clase, anarquistas primordialmente, y la patronal que replicaba con no menos contundencia.
Distanciándose de la tradición familiar, vinculada al mundo de la abogacía, Antonio se decanta por el periodismo y pronto entra a trabajar como meritorio en El Liberal, periódico de tendencia republicana moderada y posibilista y donde aparte de vivir de cerca los acontecimientos más importantes de Barcelona, por haber sido destinado a la sección de espectáculos, tendría relación con el mundo de la boyante farándula de la Ciudad Condal y llegaría a trabar amistad, nada menos que con la divina Raquel Meyer o a conocer a Carlos Gardel.
Altemir se convierte pronto en un hombre conocido en los ambientes artísticos, pero también en el mundo de la apasionante política catalana del momento merced a su militancia en el radicalismo, algo que le llevará, siendo muy joven, a la cárcel y que le hará ausentarse durante muchos meses, en los que se refugia en Sariñena, localidad originaria de la familia, para ponerse a salvo tras la huelga revolucionaria del verano de 1917 que derivó en la suspensión de las garantías constitucionales.
A su regreso a Barcelona, funda el periódico La Aurora, que nace con vocación de servir de apoyo al Partido de Lerroux, y que sale a la calle el 2 de julio de 1918, siempre con baja audiencia, a pesar de lo que en la novela se da a entender, pero desde el que vivirá en primera persona aquellos convulsos años de pistolerismo y represión, conviviendo, fruto de su profesión, con personajes que forman parte de la historia reciente de España (Ángel Pestaña, Lluis Companys, Martínez Anido, Miguel Primo de Rivera, Unamuno o el mencionado Lerroux…).
Cuando las cosas se torcieron definitivamente en julio del 36, Altemir ha de salir por pies de Barcelona a través de la embajada de Francia, pues su hermano Rafael ya había sido detenido por los milicianos y llevado al Uruguay, un barco-prisión anclado en el puerto. Al ingenuo de Antonio Altemir, no se le ocurre otra cosa que presentarse, cuando se dio la ocasión, en Burgos, donde estaba el cuartel general de los golpistas. Allí se dio de bruces con la dura realidad, fue detenido sin más explicaciones, su pasado como Subsecretario de Trabajo durante uno de los gobiernos de Lerroux era mala credencial, y sólo la intervención personal del general Cabanellas, le salvó de males mayores, así que en cuanto pudo, regresó a Francia, desde donde embarcó hacia Argentina para reunirse con su esposa, a la que había tenido la previsión de enviar allá con su familia para evitar males mayores.
Con el protagonista de la novela vivimos el desgarro de quienes fueron repudiados por unos y otros, esa tercera España que se oponía al golpe militar, pero que había vivido con angustia los desmanes de la izquierda que dieron al traste con el sueño republicano tan largamente deseado.
Los acontecimientos que se narran, son de sobra conocidos por todos, pero la virtud de la novela es la cercanía con que lo hace. Salpimentada con la vida amorosa de Altemir que, según el autor, es la parte inventada del libro, la prosa sencilla y brillante de Jesús Ulled, nos permite vivir en primera fila y casi participar en persona, de unos hechos cruciales, un periodo convulso, del que somos herederos, con la novedad de que lo hace alejado de academicismos, dándonos una visión más cercana de los acontecimientos, al tiempo que acompañamos al autor por paisajes reconocibles de Madrid, Barcelona, la Costa Brava o París.
Esta reseña se publicó en Hislibris
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