viernes, 6 de mayo de 2016

EL FILANDÓN

A punto de llegar al año 1.000 de nuestra era, un caudillo musulmán, bien conocido por todos, llamado Almanzor, mantenía a raya a los cristianos del norte a los que derrotaba en cuantas ocasiones cruzaban armas.
Cuenta la leyenda que de camino a Santiago de Compostela, en una de sus aceifas, cuando atravesaba tierras del Bierzo leonés, se aprestaba para enfrentarse al rey Bermudo que se sabía perdido de antemano. Tratando de ganar tiempo para escapar del caudillo árabe, al rey leonés se le ocurrió enviar al campamento moro a un agraciado e inteligente muchacho que llevaba en su séquito, de nombre Pelayo. Su misión era entretener a Almanzor para dar tiempo a los cristianos a alejarse.
Pelayo logró su objetivo durante cinco días, en los que, tras ganarse la confianza de los musulmanes, entretuvo a Almanzor contándole historias, hasta que el engaño fue descubierto y Almanzor mató a Pelayo.
El fervor popular elevó al muchacho a la santidad y erigieron una ermita, a la que acudían cinco hombres (uno por cada día que Pelayo retrasó a los moros), cuando el santo reclamaba que le fueran a contar historias para prevenir una catástrofe.
Magín Mayo, ermitaño de San Pelayo, reune a cinco escritores leoneses para que vayan a contar sus historias al santo, pues la campana de la ermita ha sonado sola, como ocurre cada vez que San Pelayo reclama que se reproduzca esta antigua tradición.


El filandón leonés tradicional tenía su ámbito en ciertas reuniones que solían celebrarse en las noches de invierno cuando la nieve cerraba los caminos. Congregados los vecinos en diversas cocinas, hilaban las mujeres -de ahí "filar" y filandón-, hacían zuecos o arreglaban utensilios los hombres, y se narraban historias, sobre todo de carácter sobrenatural, con aparecidos o muertos que no habían encontrado el descanso definitivo; pero también historias de amor y otras de contenido picaresco.
El filandón actual es una tradición que se sigue practicando en la provincia de León, en Asturias y en algunas zonas de Galicia, en la que algunos autores, a veces aficionados, leerán al público algunos de sus relatos conjugando la oralidad y la buena literatura.


La película reúne cinco relatos de cinco escritores leoneses (Luis Mateo Díez, Pedro García Trapiello, José María Merino, Antonio Pereira y Julio Llamazares), que participan a su vez en el film, una iniciativa muy personal del realizador Chema Sarmiento que le llevó a deambular de despacho en despacho para conseguir financiación y sacar adelante este original proyecto que se sale de los clichés convencionales del cine comercial.
Son cuentos originales y muy atractivos y van desde el esperpento de "El canónigo y los grajos" (Luis Mateo Diez), hasta el magnífico relato final, protagonizado por su propio autor (Julio Llamazares), que nos habla de los lugares perdidos bajo las aguas, un asunto muy presente en tierras de León y Zamora, donde muchos pueblos quedaron sumergidos para siempre bajo las aguas de los embalses, provocando que incluso hubiera gente que murió de pena por no poder regresar al lugar donde había nacido. Es el caso del pueblo de Vegamián, que yace bajo las aguas del Porma y donde el padre de Llamazares fue el último maestro del lugar.
Quizá el relato más divertido sea el de Antonio Pereira, tejido con las peras que no pueden ser vendidas tras estar cosechadas, como excusa. Se completa el film con el cuento de José Mª Merino "El desertor", ambientado durante la Guerra Civil; y el perturbador relato de Pedro García Trapiello sobre una especie de hada de los bosques que, como las sirenas de Ulises, atrae a los hombres para acabar con ellos.


En su afán de darle a los relatos un aire de espontaneidad, Chema Sarmiento utilizó habitantes de los pueblos de la zona, para interpretar los papeles y creo que este experimento, a mi juicio, no resultó del todo acertado, de hecho, en el primer relato, el personaje del canónigo está interpretado por el actor Félix Cañal y queda bastante mejor. Las historias son bastante buenas, no en vano están escritas por gente que domina el lenguaje y son reconocidos literatos, pero el envaramiento de los intérpretes hace que se pierdan algunos de los buenos diálogos que salpican el film.
La idea inicial era hacer pivotar la película sobre el eje de “El entierro de Genarín”, una obra de Julio Llamazares, pero ignoro los motivos que hicieron cambiar el guión para que tomara la forma que vemos en la película.
De cualquier modo estamos ante un film muy interesante, con buenos relatos, como queda dicho y que supone un intento muy digno de hacer un cine diferente, lo cual es muy de agradecer cuando se lleva a cabo, como es el caso, con criterio y buenas intenciones, a pesar de la evidente precariedad de medios disponibles.
La copia que yo he visto, es una edición remasterizada realizada en 2006 por la Fundación Villalar.




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