lunes, 2 de marzo de 2015

EL FANTASMA DE CANTERVILLE

El viejo castillo de la familia Canterville, en Inglaterra, es el lugar elegido para albergar a una compañía de rangers durante la II Guerra Mundial.
El lugar está aparentemente vacío, pero en realidad, allí mora el fantasma de Sir Simon de Canterville (Charles Laughton), el más famoso fantasma de Inglaterra, aunque en esta ocasión, más que asustar el espectro se verá incomodado por los soldados que no paran de mofarse de él y someterle a alguna que otra gamberrada, hasta el punto de que ahora es el fantasma el que les teme a ellos.
La última descendiente de los Canterville es Lady Jessica (Magaret O'Brien), una niña de seis años que se ganará el cariño y respeto de los soldados por sus agradables modales y su tierno encanto. Gracias a la situación creada por la llegada de la tropa, Lady Jessica, conoce al fantasma y su historia, la tristeza de su existencia y el secreto para alcanzar el sueño eterno, que es lo que más desea Sir Simon, harto de vagar por todos los rincones del castillo. Su alma no alcanzará la paz hasta que se vea libre de la maldición de su padre, que le condenó al estado en que se halla, hasta que un hombre del rey realizara en su nombre un acto heroico que borrara la mancha de su cobardía.
Lady Jessica, descubre que uno de los soldados, Cuffy Williams (Robert Young), es descendiente de los Canterville y está segura de que es el hombre llamado a lavar el honor del viejo fantasma y romper la maldición.


Que yo sepa, todas las adaptaciones que se han hecho de la novela de Oscar Wilde, han alterado el protagonismo de la familia Otis, unos norteamericanos que compran la mansión (que no el castillo) de los Canterville y alrededor de la cual y del fantasma, Wilde construye un delicioso relato en el que habla, básicamente, del enfrentamiento entre dos mundo, el viejo y el nuevo (Norteamérica e Inglaterra); el film lo convierte en un estudio sobre la cobardía y cómo un hombre es capaz de superarla. Claro, estamos en plena Segunda Guerra Mundial y hay que elevar el ánimo de la tropa.


Así que entre todas las adaptaciones, como no encontraba ninguna que mereciera realmente la pena, opté por esta por una sencilla razón, está Charles Laughton, motivo más que sobrado, para mí, para aguantar cualquier cosa, aunque sea un bodrio.
El film comienza de manera esperanzadora, con una escena de caza magníficamente rodada, pero como ocurre con el resto de la película, aquello va decayendo de manera paulatina e inexorable, hasta convertirse en un mal remedo del relato de Wilde, alterando el relato para peor, siempre para peor.


La obra de Wilde es un prodigio de ingenio e ironía bien trabajada, algo que se pierde totalmente en la película que, como mucho, arranca alguna sonrisa, hasta que avanza un poco y ya ni eso, sino que resulta totalmente decepcionante.
Pero claro, está por allí un tal Sir Charles Laughton y, ¡ay amigo!, eso es harina de otro costal, sabe sacar brillo hasta del papel más inconsistente que le puedan dar, su sola presencia vale el sacrificio de ver la película, maestría, monólogos maravillosos, dominio de la escena, en fin, un disfrute.
Vean a Laughton y, si desean algo realmente divertido, lean el libro de Wilde.





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