En 1977, habían transcurrido ya tres años desde que el presidente Richard Milhous Nixon (Frank Langella) dimitiera de su cargo merced a su implicación en el llamado Escándalo Watergate. Tras haber sufrido un ataque agudo de flebitis, el expresidente se recupera y, no sólo eso, sino que se siente con fuerzas para volver al primer plano de la vida pública de la que está apartado desde su dimisión.
Como primer paso, su equipo reconsidera la solicitud que tiempo atrás les hizó llegar un periodista televisivo llamado David Frost (Michael Sheen) y a la que ni siquiera se dignaron contestar. Ahora se ponen en contacto con él y negocian la posibilidad de una entrevista entre Nixon y Frost. El expresidente cobrará por ella 600.000 dólares y no habrá condiciones previas en cuanto al contenido de la misma, más allá de que durará el equivalente a cuatro sesiones de dos horas y que en cada una de ellas se tratará un aspecto del mandato presidencial de Nixon, quedando reservada la última para el caso Wategate.
Los asesores del presidente consideran a Frost como un showman, sin nivel, ni prestigio para poder arrinconar a Nixon y ven en la entrevista la posibilidad de comenzar una especie de redención pública del antiguo mandatario que le permita reintegrarse a la vida pública, incluso los propios miembros del equipo del que se ha rodeado Frost para que le ayuden en su tarea, dudan de la capacidad de su jefe. El rodaje comienza y se pone en marcha una de las batallas más memorables del periodismo moderno.
El guión de Peter Morgan, se basa en la obra teatral que él mismo había escrito y que se representó con gran éxito en Londres y Broadway, siendo nominada a todos los grandes premios teatrales, de entre los cuales, Frank Langella se había llevado el Tony al mejor actor.
El realizador Ron Howard, exigió y consiguió que los dos protagonistas de la obra teatral (Langella y Sheen), interpretaran sus respectivos papeles en el film.
A pesar de que la carrera de Ron Howard tampoco es que sea para tirar cohetes, aquí consigue firmar un gran trabajo basado principalmente en la solidez del guión y en la excelente labor de los actores, con unos secundarios de lujo (Kevin Bacon, Rebecca Hall o Matthew Macfadyen, entre otros) y los dos protagonistas, con un Frank Langella sencillamente espléndido.
Merced, pienso yo, a un buen trabajo de montaje, la película mantiene un buen ritmo narrativo en el que va intercalando los aspectos de la propia entrevista y las tensiones del equipo para conseguir financiación, por un lado y las tremendas dudas que les plantea la capacidad de su jefe para conseguir llevar a Nixon por el camino que pretende y no al contrario.
¿Cómo es posible que de un tema tan poco llamativo como puede ser una entrevista televisiva se pueda sacar una película que resulte atractiva para el espectador? Pues haciendo algo como lo que han hecho Morgan y Howard. Si a cualquiera de nosotros nos dijeran antes de ver un film como este y sabiendo de qué va, que podríamos quedar, como mínimo, satisfechos de lo que hemos visto, seguramente tendríamos un mar de dudas de que así fuera. Sin embargo, el film consigue recrear perfectamente toda la tensión interna que generó la entrevista y las dudas de Frost y de sus compañeros sobre cómo abordar a Nixon, para acabar haciendo toda una reflexión sobre las artimañas de los políticos para salir indemnes de sus errores y la capacidad de autoconvencimiento que tienen ellos y sus más cercanos colaboradores de que todo lo que han hecho ha sido por el bien común.
Una película que debería suponer todo un estímulo para quienes deseen seguir la profesión periodística, tan en horas bajas hoy, por desprestigio y por la situación económica que atraviesa el sector; toda una lección de lo que debería ser el periodismo en nuestra sociedad, el desenmascaramiento de corruptos y estafadores y el empeño en descubrirles, arrinconarles y conseguir su caída. Como dicen en el pasaje final del film, conseguir aquel primer plano del rostro de Nixon en el que quedaba en evidencia su mentira, valió todos los esfuerzos previos. Por eso, desde la perspectiva actual, es digno de admiración el trabajo de Frost y de respeto la actitud de Nixon (aún con todas la cosas que hizo) que, aunque fuera a cambio de dinero y de buscar el relanzamiento de su carrera, no se escondió tras una pantalla de plasma.
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