Los dos húsares a que se refiere el título de la novela son el conde Turbin padre e hijo, retratados con veinte años de diferencia.
El primero, llega a una ciudad de la que no se nos da el nombre en el primer cuarto del siglo XIX, cuando aún no había ferrocarriles y los caminos estaban cubiertos de polvo y barro. Este hombre, que vive sin preocupaciones, dedica su existencia a la buena vida, al juego y a las relaciones sociales. A pesar de su vida disipada, su carácter alegre y su porte llamativo, hacen que todo el mundo se rinda a sus encantos, aún cuando a menudo contrae deudas y se bate en duelos de honor.
En 1848, llega a la misma ciudad, al frente de su regimiento, el joven conde Turbin. Solamente pasará una noche en el lugar, tiempo más que suficiente para que los fantasmas del pasado le visiten, a él a quien le avergüenza la manera de ser disipada que tenía su padre. Varias personas del lugar le hacen saber que conocieron a su padre, incluso la dueña de la casa donde finalmente se aloja, que recuerda al viejo conde Turbin con añoranza.
Como siempre, la historia da pie a Tolstoi para regalarnos un prodigio de descripciones de la vida y el entorno de la Rusia provinciana de la época en este breve relato que se lee con placer y delectación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario