Tras un tiempo sin escribir nada sobre el entrañable
Clint, tras la pequeña decepción de
Invictus, retomo su huella con la que, hasta el momento, es su última peli estrenada.
Difícil hablar de ella en poco espacio, no porque no lo tenga (el espacio), sino porque no quiero ponerme pesado, pero da para bastante más de lo que parecer pudiera a primera vista, porque las matizaciones que sugiere son numerosas.
A veces tenemos la sensación de que de una historia trivial, o de algo que se nos ha contado mil veces, sale una gran película porque el director ha sabido encontrar un aire nuevo para trasladarnos lo que ya sabíamos o porque los actores nos apabullan, o por ambas cosas y quizá alguna otra más.
Aquí ocurre algo inverso. Creo que la idea es buena, pero el guión deja qué desear y la historia se mueve a base de altibajos, con buenos momentos y una parte final que estropea un tanto el conjunto. He de decir que a mí, a pesar de todo lo dicho y de las dos horas de metraje, no se me hizo larga.
Otro cantar es la parte puramente cinematográfica, técnica podríamos decir, aquí sí que está por momentos sublime. Siempre ha demostrado maestría
Mr. Eastwood desde el otro lado de la cámara y en esta ocasión no nos defrauda, mágnificos planos con gran variedad de ellos (primeros planos, picados, composiciones...), una escena inicial en la que nos olvidamos de que aquello son efectos especiales por lo bien que ha sabido manejarlos para dar la sensación de realidad y muchos detalles, muchas escenas de esas en que se recrea sobre pequeñas cosas y lo hace tan bien que nos hace disculparle algúna que otra pequeña cosilla, pero tampoco vamos a estar mirando con lupa o criticando que la música en algún momento no esté del todo bien elegida, porque eso se nos olvida, nos pasa casi desapercibido.
Muy bien, asimismo, el trabajo de los actores, ahí también se ve la mano de
Clint, del que ha sido cocinero antes que fraile y disfruta como si se viera a sí mismo interpretando, conociendo lo que cada actor siente y necesita en cada instante.
La película ha recibido acusaciones de moralista, en fin, cada uno ve las cosas como quiere verlas, está claro que toma una posición en cuanto a que hay algo más allá, pero eso, si se quiere ver de otra manera, forma parte de la parábola, es una manera de transmitirnos el mensaje que él quiere, que este mundo nuestro se está centrando en lo material y perdiendo todas las referencias espirituales.
Por lo demás, tampoco entra en valoraciones sobre qué eso que hay después, el mismo protagonista responde a la pregunta diciendo que lleva toda la vida sintiendo y viendo aquello y aún no sabe qué es. Creo que esto, esta especie de indefinición que también se le ha criticado es, por contra, un acierto.
El tema es profundo y duro, aunque no logre transmitírnoslo del todo (a veces en absoluto), la conjunción de las tres historias quedá forzadísima, al igual que el nexo que establece entre los personajes de
Matt Damon y
Cécile de France y que deja planteada una futura vida en común de los dos. En fin que es cierto que no acaba de redondearse el asunto y es una lástima que no diera con la fórmula para saber contarnos todo lo que quería. Incluso las constantes referencias a
Dickens, parecen quedarse en una idea sin desarrollar. Ya he dicho al principio que la idea que
Eastwood tenía en la cabeza era muy buena, pero se ha quedado en el camino.
Me encantó la manera entre sutil y descarada de lanzar los dardos que lanza contra eso que algunos aquí han llamado alianza de civilizaciones. Muy en la línea de
Eastwood, con esa escena en la que la maestra manda a
Marcus (
George McLaren) que se quité la gorra y este lo hace, mientras se ve a una niña islámica con el velo cubriendo su cabeza, pero a ella nadie le dice nada. Lo deja caer y sigue a lo suyo, me ha hecho recordar a alguno de sus viejos personajes.