Clint haciendo su papel, ese que parece hecho para él y con el que le identificamos, como a Woody Allen con el paranoico que vive por y para su psicoanalista. Y es que vuelve a hacer ese personaje tipo inspector de policía, aunque aquí disfrazado de periodista investigador, eso sí, menos cabezota y perdonavidas que en otras ocasiones, más suavizado y mucho más humano.
La película es un alegato contra la pena de muerte, por supuesto, pero también lo es contra el racismo y contra las imperfecciones del sistema judicial norteamericano, bien que estas, al menos en los casos como el que aquí se refleja, vienen derivadas precisamente del racismo. La mayoría de los condenados a muerte en EE.UU., son negros y no es porque sean o no culpables en mayor o menor medida que los blancos, sino que el sistema no es tan "cuidadoso" a la hora de las pruebas con unos y otros.
Aunque, en general, la película mantiene un buen ritmo, es como si este fuera en descenso a medida que avanza. No es menos cierto que al final remonta, magníficas las escenas de la cámara donde se suministra la inyección letal al reo, con esa mano sobre el cristal de la esposa deshecha de dolor y que acaba en fundido que enlaza con las secuencias que ponen la guinda a la peli. Todo el final es muy bueno, sobra quizá la parte del frenético recorrido en coche del protagonista, al menos la duración de ese viaje por las calles de la ciudad.
Las interpretaciones me han parecido muy buenas, me quedo con la de James Woods, el jefazo del periódico que hace un papelazo, aunque no sea demasiado largo. Precísamente algunas de las escenas que tienen él y Clint Eastwood, son de las más graciosas del film, humor del que, por otra parte, no anda escaso, dosificándolo con sabia maestría en una película que cuenta una historia tan trágica. Un contrapunto que queda perfecto.
Una buena película, la historia de este periodista "con olfato". Una peli para ver "con tostadas" y que anotamos en la columna del haber de Mr. Eastwood.
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