...Y entonces contemplé un caballo blanco y el nombre de su jinete era la muerte... y el infierno iba tras él. Mientras Megan, una adolescente, pronuncia estas palabras, aparece el predicador envuelto en la bruma y montando un caballo, por supuesto, blanco.
El penúltimo de los westerns de Eastwood, en el que hace una mezcla un tanto personal de todo lo que ha visto, todo lo que ha hecho y todo lo que aprendió. El resultado es esta película, remake del clásico Raices profundas de George Stevens, en el que cambia a los campesinos por mineros y al crío por una jovencita.
Imposible no recordar Infierno de cobardes, porque la estética del personaje se reproduce, un pistolero solitario, con un oscuro pasado que esconde un secreto y un grupo de gente que están siendo humillados por un tipo poderoso, hasta que la llegada de este personaje, les hace plantar cara a la situación vergonzante que están sufriendo, sólo que aquí le saca mucho más jugo y hace un papel memorable.
Dentro de lo zarrapastrosos que suelen ir estos tipos en las películas, ya que van cabalgando y envueltos en polvo o barro, el personaje de Eastwood, se nos presenta con un cierto toque de elegancia y majestuosidad.
En la fotografía de nuevo Bruce Surtees, haciendo un juego de sombras en tonos más bien oscuros, que son una auténtica maravilla.
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