Novocherkask, Unión Soviética, 1962. Lyudmila (Yuliya Vysotskaya) es dirigente del partido comunista local. Defensora de los ideales del régimen comunista, enfermera del Ejército Rojo en la II Guerra Mundial, desprecia todo tipo de disidencia y cualquier sentimiento antisoviético, convencida de que el comunismo conseguirá una sociedad mejor. Durante una huelga laboral en una fábrica de motores de la localidad, ve cómo el ejército, por orden del Gobierno, dispara contra los obreros y comete una masacre. Ese suceso cambiará su visión de las cosas. Con la ciudad destruida y agitada por las revueltas, hay mucha gente herida y desaparecida. Una de las desaparecidas es la hija de Lyudmila y a pesar del bloqueo de la ciudad, las detenciones masivas y los intentos de las autoridades de encubrir la masacre, Lyudmila busca a su hija en medio del caos.
El guión toma como base acontecimientos históricos conocidos como La Masacre de Novocherkassk, ocurrida en 1962 bajo el mando de Khrushchev. Los obreros de las fábricas convocaron una huelga por la subida de los precios de los productos básicos, al tiempo que se bajaban sus salarios. Aquella huelga, que debería haber sido escuchada y tomada en cuenta, fue reprimida. No hubo cargas policiales, hubo disparos y una masacre que terminó con 30 obreros muertos y un centenar de heridos en la ciudad de Novocherkassk, de apenas 180.000 habitantes. Una localidad al sur de Rusia que vivió en sus carnes la represión y la ira frente a aquellos que se atrevieron a protestar. Pero las consecuencias llegaron más lejos, pues el gobierno y el KBG persiguieron a los instigadores y se aseguraron de que nadie que participó o tuvo consciencia del suceso dijera nada. Hasta finales de los años 80 fue un secreto de estado ocultado a todo el mundo.
Andrei Konchalovsky nada a favor de corriente y es que su película, más que una crítica al régimen comunista, que también, lo es al periodo en que Nikita Krushchev fue máximo mandatario de la Unión Soviética. Hay una frase, en un diálogo entre madre e hija, que da la clave, cuando la madre defiende que si viviera Stalin la situación económica no estaría tan deteriorada, la hija le reprocha que defienda al líder georgiano haciéndole ver que Krushchev ha destapado todas las muertes que provocó, a lo que la madre le responde: ¿Y por qué no lo hizo cuando estaba vivo y ha esperado a su muerte para airearlo?
Y es que, aún hoy, los nostálgicos de régimen de los soviets, creen que el principio del fin de la URSS comenzó con la muerte de Stalin y califican de ineptos, traidores y entregados al capitalismo, a quienes le sucedieron. Hasta el mismo Valdímir Putin se permite hacer algún guiño a la figura de Stalin cuando la ocasión se presenta propicia para ello.
Juicios históricos aparte, la película es un ejercicio de maestría técnica y de guión. La historia que nos acerca Konchalovsky, llena de dramatismo, consigue impregnarnos de la tragedia de la protagonista que, hasta ese momento, se ha negado a plantearse las contradicciones del régimen que son las suyas propias, para encerrarse en un dogmatismo acérrimo. Todas las actitudes que poblaban la sociedad soviética del momento, están muy bien representadas: Lyudmila es la militante convencida, que cuando las cosas van mal, lo achaca a una mala racha; su hija, la generación nueva que tiene una visión crítica e incluso combativa contra los desmanes del poder, unos jóvenes a quienes ya no basta aquello de que hay que sacrificarse para seguir adelante, sino que son conscientes de todas y cada una de las contradicciones del sistema; y, por fin, el abuelo de la joven y padre de la protagonista, una persona ya de vuelta de todo que guarda en su baúl su viejo uniforme (posiblemente del ejército zarista) y el icono familiar con el retrato de la Virgen, porque se pueden acallar las ideas y la expresión de las creencias y sentimientos, pero no se pueden sacar del interior de cada cual. Cuando la Unión Soviética cayó, la religión, como expresión de la libertad aplastada, no regresó por las buenas como creen algunos, estaba allí, mantenida su llama en lo más recóndito de las familias y los hogares, escondida, pero latente, como lo estaban valores de otro tipo, que el régimen creyó destruidos y olvidados para siempre.
Todo eso, junto a la sorpresa y la perplejidad que despertaban en las autoridades situaciones como estas, una huelga de trabajadores en un país socialista, la máxima expresión de la contradicción, algo para lo que no estaban preparados porque les parecía inconcebible y la única salida que encontraban era la represión y negar la evidencia, borrar su rastro, aquello era un fallo de guión y, como en las películas, se arreglaba en la sala de montaje, donde el KGB se encargaba de dar el oportuno tijeretazo aún a costa de matar a los figurantes. Lo malo es que en esta película, los figurantes eran personas de carne y hueso y cuando les clavaban la tijera salía sangre.
Konchalovsky, con una puesta en escena rigurosa y un guión muy notable, combina con acierto el drama individual y el colectivo.
ResponderEliminarSaludos.
En efecto, ambas vertientes de la tragedia están muy bien ensambladas.
Eliminar