París, principios de los años 90. Un grupo de jóvenes activistas intenta generar conciencia sobre el SIDA. Un nuevo miembro del grupo, Nathan (Arnaud Valois), se quedará sorprendido ante la radicalidad y energía de Sean (Nahuel Pérez Biscayart), que consume su último aliento en la lucha.
En una lectura rápida, la película es el reflejo de la lucha de los colectivos que se consideran marginados por obtener lo que ellos consideran es de justicia. En este caso, homosexuales y SIDA centran la problemática del discurso, reflejada en una pareja, en una organización que se dedica a la acción directa y en la respuesta (o no respuesta) de los poderes públicos a sus demandas.
La vida de Sean, es la de quien no tiene tiempo que perder y sí ganas de luchar y la de Nathan, la del que siente dentro de sí una culpa que le acompaña a todas partes por haber dejado morir, sin ir a visitarle, a un antiguo amigo afectado por la enfermedad y que ahora, además de vivir su amor por Sean, intenta redimirse cuidándole hasta el último momento.
Pero si profundizamos un poco más en el film, encontramos otros mensajes que su realizador y coguionista, el francés de origen marroquí, Robin Campillo, nos plantea: La soledad y el desamparo del enfermo; la dejadez que en aquellos primeros años 90 demostraron las autoridades para impulsar, no solo tratamientos, sino campañas de prevención contra el SIDA, que hicieron que los colectivos más afectados se sintieran maltratados, humillados y dejados al margen, al fin y al cabo se trataba de homosexuales, prostitutas, drogadictos y reclusos, en su inmensa mayoría, grupos totalmente marginados y estigmatizados socialmente, al punto de que las personas que se infectaron por otros motivos (sangre contaminada, malas prácticas médicas, contacto casual con otros infectados...) y que no pertenecían a estos colectivos, se veían también señalados como promiscuos o drogadictos sin serlo; también las compañías farmacéuticas, que da la impresión que únicamente esperaban recoger los réditos millonarios de sus investigaciones, sin importarles demasiado los afectados; los políticos, que desde la derecha miraban para otro lado, o sencillamente señalaban acusadoramente a estos colectivos (aún recuerdo la oposición de ciertos sectores reaccionarios a las campañas de prevención en escuelas, institutos y universidades sobre el uso del preservativo) o desde la izquierda, pretendiendo capitalizar de forma interesada su sufrimiento, pero sin tomar medidas para incentivar los avances en investigación médica; las propias organizaciones de apoyo que, en ocasiones, servían de trampolín a determinados personajes para salir en los medios y cultivar su propio medro mediático... En definitiva, la impotencia del enfermo ante la desidia de la sociedad y sus instituciones para encontrar soluciones rápidas ante su terrible realidad.
El SIDA es el asunto que sirve para poner bajo la lupa eternos asuntos que están presentes en esta sociedad nuestra: El egoísmo o la ambición, junto al cultivo de las apariencias o el lavado de conciencia mediante acciones pretendidamente solidarias que son solo paños calientes que no atajan el problema, mientras la soledad y el sufrimiento oprimen a quien lo sufre.
Es cierto que la película se me antoja un poco larga, pero no es menos cierto que este multipremiado film es de esos que remueven conciencias y hacen reflexionar sobre la parte de culpa que cada cual tenemos.
Película dura porque dura es la realidad que refleja sin esconderse en artificios, no apta para quienes no quieran que les recuerden lo mal que les puede ir la vida a quienes estaban en el lugar y el momento equivocado.
La actitud de las autoridades ante esta pandemia distó mucho de resultar ejemplarizante.
ResponderEliminar¡Feliz Navidad!
Nada que ver con lo de ahora, que se han volcado en soluciones rápidas. Lo dicho, como eran, en su mayoría, homosexuales, prostitutas, drogadictos y reclusos, incluso la propia sociedad, miraba para otro lado.
EliminarRecuerdo que me gustó bastante. Coincido contigo en que la película va más allá de su aparente contexto histórico. Pese a ser argentino, Nahuel Pérez Biscayart está muy convincente en su papel de líder estudiantil francés.
ResponderEliminarLa verdad es que lo hace bastante bien.
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