Mory (Magaye Niang), un pastor que monta una motocicleta con un llamativo cráneo de vaca sobre el manillar y Anta (Myriam Niang), una estudiante universitaria, se han conocido en Dakar, la capital de Senegal.
Intentan conseguir dinero para poder cumplir su sueño de viajar a París y dejar atrás lo que ellos consideran su aburrida y mísera existencia africana.
Mory le roba dinero y ropa a un rico homosexual que le había llevado a su casa y él y Anta reservan pasaje en un barco que les llevará a Francia.
El título significa "El viaje de la hiena" en el idioma wolof.
La película es una nueva reflexión sobre el post-colonialismo que engulle, descoloca y cambia el modo de vida de los países colonizados. El país dominante, el dueño, la metrópoli, se ha ido, les ha dejado las manos libres, entregado el poder, pero su semilla ha quedado enraizada con todas sus consecuencias, positivas y negativas y quienes han alcanzado la independencia observan que no siempre es sinónimo de libertad.
El simbolismo está presente en todo el film, desde el mismo inicio, con la cabeza de vaca que Mory lleva en su motocicleta y que enlaza con las expresivas e impactantes imágenes de las reses en el matadero. Vemos un sacrificio real en directo, primero el sufrimiento del animal deslizándose por un suelo encharcado de sangre, derribado y al que le abren el cuello manando a chorros la sangre desde su yugular. La metáfora no puede estar más clara.
Djibril Diop Mambéty, su entonces joven realizador, contribuye a esta especie de contrasentido que viven las antiguas colonias africanas, por un lado, en cierto modo critica a los occidentales, pero por otro, junto a su original técnica narrativa, echa mano de los recursos aprendidos del cine occidental, con muchos pasajes verdaderamente surrealistas y un montaje, muy patente en las escenas finales que no puede por menos que traernos el recuerdo de Eisenstein.
Rodada con medios limitados y actores no profesionales, se trata de una película muy curiosa, en algunos momentos compleja de entender, pero no exenta de frescura y con mucha fuerza en sus imágenes.
La historia de fondo, pasa a ser lo de menos, pues tampoco se entiende del todo en determinados momentos aunque sí en su mensaje y en su conjunto. Sorprendente, visualmente muy llamativa y con un discurrir circular en el que el final enlaza con el principio del film, volviendo a la naturaleza de donde partió, después del recorrido que ha seguido en el que mezcla la ficción con imágenes que son puro documental en el que vemos la realidad de un país que mezcla la opulencia de los barrios ricos de Dakar, adornados con setos y flores y con edificios muy modernos, con la miseria de los barrios marginales y la vida rural de las zonas menos contaminadas por la influencia occidental.
Ese sentimiento de amor-odio hacia el rico mundo occidental también lo padece mucho yihadista y comunista.
ResponderEliminarEs tan antiguo como la propia humanidad. Ya los árabes que invadieron la Península, a medida que veían cómo se vivía aquí, se iban acostumbrando a las "delicias" de occidente, ya sabemos, el jamoncito, el vino, etc. y tenían que venir, cada dos generaciones, sus "hermanos" africanos a meterles en cintura, para, al final, acabar cayendo en lo mismo.
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