martes, 9 de abril de 2019

LA DESTRUCCIÓN DE POMPEYA

La terrible erupción del Vesubio que el 29 de agosto del año 79 d.C., sepultó a Pompeya, Herculano y a otras poblaciones de la Campania, fue presenciada desde lejos, en la población que se elevaba en el promontorio Miseno, una de las puntas del golfo de Nápoles, por el escritor Plinio el Joven, que entonces contaba 18 años. Su tío y padre adoptivo, el naturalista Plinio el Viejo, mandaba la flota romana estacionada en Miseno, y en cuanto advirtió la catástrofe, se encaminó a las proximidades del volcán, lo que le costó la vida. Su sobrino se quedó con su madre en Miseno, población que también sufrió las consecuencias de la erupción y de los terremotos, pero se retiraron al campo en los momentos de mayor peligro. Más tarde, Plinio el Joven, en dos cartas, explicará a su amigo, el historiador Tácito, sus impresiones sobre aquel terrible acontecimiento. Ambas constituyen un precioso documento de aquella gran catátrofe, de la que también nos ofrecen un impresionante testimonio las ruinas de Pompeya y Herculano.
Plinio, en sus misivas, relata con brevedad, pero también con gran detalle los acontecimientos. Un ejemplo de lo minucioso de los mismos es que nos habla de que su tío, aquel día, había tomado el sol, se había lavado, comido y, tras reposar un rato mientras leía, se calzó las sandalias.
Como hombre sapientísimo, Plinio el Viejo ordenó aparejar una nave libúrnica para apreciar el portento más de cerca, pero cuando, al salir de casa, recibió el mensaje de Rectina, la mujer de Tasco, un matrimonio amigo, para que les fuera a rescatar, ya que su villa estaba debajo del monte, cambió de opinión y se embarcó con cuatro trirremes, cambiando lo que iba a ser un viaje de estudio, por una expedición para auxiliar, no solo a Rectina, sino a cuantos se hallaran en peligro. Plinio el Viejo, al parecer de su sobrino, debió morir a causa de las emanaciones, lo que él llama "vapor caliginoso".
En cuanto a los detalles de la propia erupción en sí y sus consecuencias, nos habla de cómo la oscuridad, en pleno día, no era como la de las noches sin luna o nubladas, sino más bien, con una oscuridad igual a la que se produce en un sitio cerrado en el que no hay luces y que cuando fueron levantando el humo, la niebla y los vapores, el sol lucía algo sombrío, como durante un eclipse.
También refiere como, de cuando en cuando, se sacudían la ceniza que caía sobre ellos, porque de lo contrario, les habría cubierto y ahogado con su peso.
Todo ello unido al relato del terror y el miedo de la población que corría desesperada, bien en busca de la salvación, bien tratando de hallar a sus seres queridos o, sencillamente, presas del pánico.
Cuando todo se fue calmando, dice Plinio: "Ante nuestros ojos parpadeantes todo parecía distinto y cubierto de espesa ceniza, como si fuera nieve. Tras haber curado como pudimos nuestros cuerpos volvimos a Miseno y pasamos una noche angustiosa y terrible entre la esperanza y el miedo."



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