Therese Belivet (Rooney Mara) trabaja en la planta de juguetes de los grandes almacenes Frankenberg, donde lo prepara todo para el momento de llegada de la clientela que va a realizar las compras navideña. Entre el maremágnum de rostros y personas, no puede evitar fijarse en una mujer, Carol Aird (Cate Blanchett), que poco después se dirige a ella para preguntarle por una muñeca Betsy Wetsy para su hija, y de la que Therese le informa que está agotada. Cuando le pregunta qué juguete le gustaba a ella con cuatro años, Therese le dice que un tren eléctrico y Carol acaba encargándoselo para que se lo envíe a casa. Cuando la clienta sale del local, Therese se da cuenta de que se ha olvidado los guantes y, como quiera que tiene su dirección, hace un paquete para devolvérselos.
Carol telefonea, le da las gracias por su atención y la invita a comer. Ambas intercambiarán superficiales confidencias sobre sus vidas privadas, Therese cuenta que su apellido es de origen checo y que tiene un amigo que quiere casarse con ella, aunque ella no lo tiene claro, y Carol, por su parte, que está a punto de divorciarse.
En realidad, Therese sueña con una vida mejor que la de una simple dependienta y Carol es una seductora atrapada en un matrimonio de conveniencias y totalmente carente de amor. Cuando invita a Therese a su casa, ésta presencia un fuerte discusión entre Carol y Harge (Kyle Chandler), su marido, con el que ya había llegado a un acuerdo de custodia compartida de su hija, pero él se retracta y presenta ante el tribunal la llamada Cláusula de Moralidad, basándose en la conducta sexual de su esposa, sacando a la luz su estrecha amistad con su mejor amiga, Abby (Sarah Paulson). Carol es consciente de que su marido sólo quiere venganza y que si no puede tenerla a ella, va a castigarla privándole de la compañía de su hija.
Carol propondrá a Therese un viaje que será de autodescubrimiento y liberación, pero que traerá consecuencias inmediatas dolorosas para ambas.
El guión de Phyllis Nagy se basa en la novela, con toques autobiográficos, “El precio de la sal” (1952), de Patricia Highsmith, publicada bajo el seudónimo de Claire Morgan, y reeditada en 1990 con su verdadero nombre y ya con el título de Carol. La guionista trata de ser lo más fiel posible al libro, aunque cambia algunos detalles con respecto a la novela, olvidándose por completo del entorno familiar de Therese, de cuyo pasada nada sabemos, como sí ocurre en el libro.
En apariencia estamos ante la historia de amor de dos mujeres, pertenecientes a diferentes capas sociales que, tras un cruce de miradas, sienten un flechazo que cambiará sus vidas.
Transcurre en el Nueva York de principios de los años 50. Carol, es una mujer sofisticada de clase alta, segura de sí misma, de fuerte carácter, con una fascinante desenvoltura. Therese es la inocencia, tierna, frágil y vulnerable, de mirada limpia y comportamiento sincero y natural.
Pero la película es mucho más que eso, con una cuidada ambientación y un gran trabajo de vestuario de la diseñadora Sandy Powell, se acompaña de música de la época y de bonitas melodías de Carter Burwell.
Elegantes movimientos de cámara, muchas imágenes de sugerente simbolismo (espacios diferentes separados por puertas que vemos en la misma escena, miradas tras cristales empañados a través de ventanas y ventanillas de automóviles...) y dos actrices que nos cautivan con sus interpretaciones.
Un relato delicado, de exquisitas escenas eróticas que sugieren más que muestran y se alargan lo justo, huyendo del sexo explícito y entregando la mayoría de las expresiones de amor a las miradas y los gestos, escapando de cualquier atisbo de morbo.
Es también la lucha de una mujer, casada, con una hija, con un esposo enamorado de ella, pero que la quiere para él solo. Ella quiere huir de una condición que no es la suya y trata de buscar su propio acomodo en la vida. Esto en un entorno hostil a este tipo de personas que eran tratadas como enfermas, cual queda de manifiesto en la película.
Es una película en la que reconocemos a personas reales y cuya historia se centra, sobre todo en las dos protagonistas, dos lesbianas que ni hacen locuras, ni van dando la nota, son personas normales y corrientes, con las mismas aspiraciones que cualquiera de nosotros, sin escenas tórridas y que plantea el sufrimiento, sobre todo de Carol, pero sin recrearse en el y, además, con un final que se nos anuncia feliz.
Interesante descripción de una trama simle pero con complicaciones. Parece un buen argumento que dos actrices de calidad desarrollan.
ResponderEliminarEs una magnífica película.
EliminarMe gusta eso de que no se de la nota; cada uno que tenga las tendencias sexuales que le apetezca, pero nunca he entendido porqué ese empeño de hacerse notar para que se fijen en uno. Los heterosexuales no tienen tanta tontería ni pamplina.
ResponderEliminarSalud Trecce.
Cada cosa en su justo término.
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