Lucia Brown Berlin, conocida como Lucia Berlin, es tenida por lo que se conoce en literatura como un escritor maldito, en parte debido a su azarosa existencia que parece de leyenda, de leyenda muchas veces triste y dura, eso sí.
Nacida en Alaska, donde trabajaba su padre, ingeniero de minas, más tarde se trasladó con su familia por diversos yacimientos de Idaho, Kentucky y Montana, hasta que el padre se fue a la guerra en 1941, donde sirvió como teniente de la Armada, mientras ella, su madre y su hermana, se trasladaban a El Paso con los abuelos maternos. Cuando el padre estuvo de regreso, la familia se instaló en Chile donde pasó de ser una niña estadounidense de clase media a una señorita de clase alta chilena alumna de un exclusivo colegio privado.
Se casó a los 17 años con un escultor que la abandonó cuando tuvo a su segundo hijo. A los 22 años se vuelve a casar con un pianista apellidado Newton, nombre que adopta para sus primeras publicaciones, pasando a ser definitivamente Lucia Berlin a partir de 1961, cuando abandonó a Newton y se fue a vivir con Buddy Berlin, el que sería su tercer y último marido, también músico de jazz, un compañero carismático pero adicto a la heroína, con el que tuvo otros dos hijos.
Tras divorciarse, en 1968, trabajó como profesora sustituta en la Universidad de Nuevo México. De 1971 a 1994 vivió en Berkeley y Oakland (California). Con poco más de 30 años Lucia dejaba tres matrimonios atrás y tenía cuatro hijos a su cargo. Sin profesión ni ingresos regulares realizó numerosos trabajos: de profesora de secundaria, recepcionista en una consulta de ginecólogía, ayudante de enfermería en la sala de urgencias de un hospital e incluso de limpiadora.
En 1994 logra una plaza como profesora en la Universidad de Colorado y pasa los siguientes seis años en Boulder como escritora visitante y profesora asociada. En su segundo año de estancia ganó el premio de la universidad a la excelencia en la enseñanza.
Los estudiantes la adoraban pero el clima no le sentaba bien y empeoraba sus problemas respiratorios cada vez más graves hasta el punto de no poder separarse de una bombona de oxígeno. En 2001 un cáncer de pulmón forzó su retiro. Se trasladó a California para estar cerca de sus hijos y se instaló en el garaje de la casa de uno de ellos. Falleció el 12 de noviembre de 2004 en Marina del Rey, el día que cumplía 68 años.
Berlín había publicado sus relatos en revistas y periódicos de pequeña tirada, hasta que se publica, cuando ella ya hace años que falleció, esta colección de 43 de sus breves historias, con las que Lydia Davis, pretende traer a Berlin el reconocimiento que nunca disfrutó en su propia y dura vida.
El atractivo principal de los relatos es su cercanía, Berlin escribe en primera persona historias que no necesariamente han ocurrido tal cual, pero sí que han ocurrido y ella las ha visto o las ha protagonizado. Uno se la puede imaginar perfectamente en la mesa de una cafetería o en la cocina o el salón de su casa, al final de un largo día relatando lo que recuerda de la jornada, sus visitas a las casa donde limpia, en la consulta donde trabaja o en la universidad donde da clases, o simplemente en casa con sus hijos esperando a que abra la primera licorería en que le venderán la botella que le ayudará a calmar su ansiedad de alcohólica o plasmando sobre el papel sus recuerdos de infancia.
Pero ella no hace solo retratos de personas, sino que lo mezcla con sus propios pensamientos y visiones, a veces surrealistas.
Berlin nos habla de sus recuerdos novelados, de niña sometida al aislamiento y la burla de sus compañeras debido al corsé ortopédico que llevaba, expulsada de varios colegios por cosas a veces nimias; de una madre alcohólica que nunca acepto que se casara con un hispano; de su propio alcoholismo, que logró superar, igual que fue capaz de sacar adelante a sus cuatro hijos. Todo ello con una prosa vivaz y dinámica que incluso se nota en su peculiar forma de puntuar sus escritos, muchas veces prescindiendo de las comas, cuyas paradas no se notan en la conversación oral, consiguiendo dar mayor velocidad al texto, no ha lugar al aburrimiento para el lector y todas sus duras experiencias orladas de un profundo e inteligente sentido del humor. Por ejemplo, en uno de los relatos reflexiona sobre qué hubiera ocurrido si Jesucristo, en lugar de en su época hubiera vivido en la actual y en vez de en la cruz, hubiera muerto electrocutado, ¿llevarían sus seguidores colgada al cuello una silla pendiendo de una cadenita?
Por cierto, en 1955, estando matricula en la Universidad de Nuevo México y, en parte, debido a su perfecto dominio del español, Lucía Berlin fue alumna del escritor español Ramón J. Sender.
Azarosa y dura vida la de Lucia. Y conoció todos los ambientes sociales de la época.
ResponderEliminarTiene que ser entretenido ese libro que traes aquí por cuanto que se supone que quien ha vivido así tiene una extraordinaria capacidad de relatar muy variados sucesos.
Muy entretenido y bien escrito.
EliminarJoder muy bueno lo de Jesucristo, aunque los fervientes cristianos, eso de llevar al cuello una silla, me imagino que no les haría mucha gracia. Vaya vida la de esta mujer, ya que a lo visto, en una gran etapa de la misma, no fue un camino de rosas, aunque se ve, que a casarse varias veces, aunque tampoco le resultó muy atractivo, no le tuvo miedo.
ResponderEliminarSalud Trecce.
Como he leído en alguna crítica del libro: Prácticamente cada frase es una epifanía.
EliminarLucía Berlín es una escritora muy interesante, que en todos sus cuentos nos deja retazos de su propia vida sumamente interesantes para conocer su verdadera personalidad. Es una lástima que su éxito como escritora, le llegara después de muerta.
ResponderEliminarSí, una pena.
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