En el otoño de 1937, en plena Guerra Civil, derrumbado el frente del norte, grupos dispersos de combatientes republicanos se refugian en las montañas huyendo de las fuerzas nacionales y de la Guardia Civil.
Se aprestan a vivir más como alimañas que como personas, dedicándose primero a la resistencia armada y luego al bandolerismo. Los años van pasando, pero el miedo, el instinto de supervivencia de quien se siente acosado de forma permanente, la soledad impuesta injustamente, la incontrolada violencia que nace a flor de piel, permanecen. Solo queda la esperanza de que un golpe del destino les permita cruzar la frontera, acceder a una libertad que les arranque de su interior esta fría nieve que les recuerda día tras día que han perdido su lugar en el mundo
En la montaña leonesa, opera uno de estos grupos, al que se ofrece la oportunidad de viajar en un tren de mercancías que viajará sin escolta de la Guardia Civil, claro que la libertad tiene un precio y quien les va a ayudar, pide dinero. Para conseguirlo, vigilan la casa de don José (Rubén Tobías), el dueño de la mina de Ferreras, y a la llegada de este, entran para secuestrarle. Lo hacen delante de sus dos hijas y de Elena (Concha Leza), su mujer, a la que le indican que tiene hasta el sábado para conseguir 200.000 pesetas y llevarlas en el coche junto a su chófer en dirección a Tejeda.
El guión se basa en la novela del mismo nombre del leonés Julio Llamazares, se rodó en las montañas leonesas y muchos de sus ambientes, como el del Café Moderno, se filmaron en el pueblo de Riaño, cuando ya estaba en trance de desaparición. La película es bastante fiel a la novela, muy visual ya de por sí, bastante etérea, como la poesía y hasta la prosa del autor de la novela.
Es una historia desoladora, sin esperanza, en un paisaje, el de la Montaña Leonesa, que tan bien conoce Llamazares por ser el de su infancia (nació en el desaparecido pueblo de Vegamián). En este contexto la partida guerrillera subsiste como puede, recurriendo de vez en cuando a la ayuda de familiares y amigos, cada vez más difícil por el cerco de la Guardia Civil, que a menudo paga su impotencia para capturarlos sometiendo a sus familiares a palizas o persecuciones.
La película trata de transmitir la dureza de la vida de aquella gente acorralada, que encuentra ayuda entre algunos de sus vecinos, sí, pero que también está expuesta a la delación de quienes creen de confianza.
Con el paso del tiempo, quienes en principio son combatientes que tratan de huir o de seguir su lucha como pueden, acaban siendo vistos por el pueblo como simples delincuentes o como pobres hombres que buscan una salida a su desesperada situación, mirados con miedo o recelo por unos y olvidados por otros. Muchos de sus antiguos amigos y familiares les sienten como un problema y sólo desean que desaparezcan, aunque sea pegándose un tiro.
La película, desigualmente interpretada, en la que, a mi juicio, quien mejor está es Santiago Ramos, tiene escenas muy duras, como la vida misma de estos hombres y quienes estuvieron cerca de ellos jugándose la vida, pero creo que no consigue transmitir al espectador todo el drama de quienes, en muchos momentos, se sienten como perros maltratados, revolviéndose contra quien les azuza y aunque se ve con gusto, manteniendo el interés del espectador, creo que no aprovecha todo el potencial que tiene el relato original.
Una buena manera de acercarse a una parte de la historia reciente que ha sido silenciada, con mejores intenciones que resultados.
Una película muy entretenida y que cautiva, lo mismo que la novela en la que se inspiró. A mi en concreto, me gustó mucho, lo mismo que la novela, porque me recuerda a mis años de la niñez, cuando, cuidando vacas en el monte, me internaba más de la cuenta en la espesura donde tenían sus chozas los maquis.
ResponderEliminarTiempos peligrosos.
EliminarYo en mi tierra tengo el recuerdo de la infancia de soldados acuartelados en pueblos pequeños cercanos a montes boscosos del Valle del Urola, en Guipuzcoa. Y que se decía por los mayores que había que tener cuidado con los maquis.
ResponderEliminarMuchos años después estuve de alferez de complemento en Jaca haciendo las prácticas de Milicias Universitarias, y era consigna oficial vigilar Peña Oriel porque, decían, los maquis daban golpes de mano entrando desde Francia.
En la zona de La Cabrera leonesa, la gente que iba al campo de excursión, a veces llevaba el "naranjero" preparado por si acaso.
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