Esta obra, parece refundición de El trato de Árgel: cautivo, don Fernando recupera el amor de Constanza y burla a la mora Alima. Además, Zara, convertida por una cristiana, logra que don Lope acepte el dinero de su rescate y se case con ella en España. Un padre contempla el trágico martirio de su hijo por no aceptar la ley musulmana. Finalmente, los cautivos escapan por mar a España.
La nostalgia, la evocación y el recuerdo de su propio cautiverio, están presentes en esta obra, pero también la libertad escénica, la agilidad de formas abiertas y la “modernidad” renacentista de un Cervantes que se resistía a la encerrona del estereotipo teatral barroco.
En esta «novela teatral» Cervantes pidió al teatro de su tiempo más de lo que aquél podía otorgar, un exacerbado dinamismo casi cinematográfico, música, danza, canciones. Posiblemente con su verso sencillo y directo, y su confianza en el poder de la imagen y los sonidos, es una estimulante, difícil sí, pero estimulante, propuesta de «teatro total», quizá una forma de esconder la dificultad para la versificación que siempre tuvo, me remito a sus propias palabras: en el prólogo a sus comedias, de 1615, recoge la opinión de que “de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso nada”. Y en su Viaje al Parnaso confiesa a propósito de la facilidad para versificar: “la gracia que no quiso darme el cielo”.
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