No puedo imaginar otra aventura más emocionante y atractiva para el público infantil y juvenil que la imaginada por Julio Verne en esta novela. Pensad lo que puede suponer para un grupo de muchachos, algunos niños aún, otros ya adolescentes, verse libres de la tutela de los adultos, arrojados por el mar a un territorio deshabitado en el que no les faltan recursos con lo que sobrevivir y habiendo sido capaces de rescatar de la nave embarrancada, prácticamente la totalidad del equipamiento, del que podrán servirse para hacer su día a día más cómodo. Realmente, para la imaginación de un joven, es fácil ponerse en la piel de cualquiera de los protagonistas, ya que ellos están viviendo el sueño perfecto.
Para que resulte tan atractivo, contribuye no poco la idea del autor de poner al alcance de la mano de los muchachos esa serie de "comodidades" de que hemos hablado, pues para una mente infantil, verse privado de un mínimo indispensable de objetos y medios, puede resultar angustioso, pero de este modo, Verne hace que esos primeros capítulos del libro hagan honor al título de la novela.
En la última parte de ella, introduce el elemento perturbador, justo cuando podría decaer el interés del argumento, pues los muchachos ya han conseguido aposentarse en la isla y construir un hogar más o menos decente. La vida de los náufragos, que únicamente se ha visto enturbiada por algunas disputas entre ellos, fruto más de celos y afán de notoriedad, que de otra cosa, se verá gravemente alterada por la llegada de unos marineros de pésima calaña, verdaderos asesinos, de los que habrán de librarse si quieren salir con bien de su aventura.
Verne, que en sus novelas solía mezclar fantasía con elementos tomados de la realidad, incluso de su propio entorno, emplea el recuerdo de dos seres próximos a él, su propio hijo Michel se convierte en el joven Gordon, y un amigo de éste y compañero de estudios, Aristide Briand, que llegó a ser varias veces primer ministro francés durante la III República, inspira el personaje de Briand.
El mismo Verne reconoce (no podía ser de otro modo), que su libro está inspirado en la serie de novelas sobre Robinsones que se inició con la que da nombre a este tipo de relatos, el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, y otras como el Robinso Suizo, de Johann David Wyss.
Verne trata de enaltecer en la novela valores como el afán de superación, la fe en las propias posibilidades, el valor, la amistad, el compañerismo, la lealtad, la responsabilidad o el sacrificio y la entrega a los demás.
Una maravillosa aventura, cuya lectura, uno no es capaz de abandonar una vez iniciada.
Situación parecida se da en El Señor de las moscas y que desarrollo tan diferente.
ResponderEliminarEs cierto, ese es otro libro del tipo Robinsón.
EliminarNosotros lo teníamos en formato de tebeo y no sé las veces que lo pude leer de lo que me gustaba (y eso que no salían chicas)
ResponderEliminarEs cierto Maribel, no salen chicas, en eso y en alguna otra cosilla es en lo que se ha quedado añejo Verne, cuyos relatos, por otro lado, siguen emocionando hoy como entonces.
EliminarUn clásico de la literatura juvenil.
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