Tras haber partido de Southampton el 10 de abril de 1912, el Royal Mail Steamship Titanic, hace escala en el puerto francés de Cherburgo antes de poner proa hacia Norteamerica. Allí recogerá pasajeros procedentes de distintas partes del continente europeo, entre ellos una familia del País Vasco que va a América en busca de mejorar su fortuna.
Richard Ward Sturges (Clifton Webb), no encuentra pasaje, todos han sido vendidos, así que adquiere, por una buena cantidad de dinero, el que accede a venderle el padre de familia vasco que pospondrá su viaje hasta que zarpe el próximo barco y pueda reunirse con su mujer e hijos.
Sturges quiere reunirse con su familia que viaja a bordo. Su esposa, Julia (Barbara Stanwyck), se lleva a sus dos hijos de regreso a América, pues considera que la vida de lujo que llevan no es provechosa para su educación. El matrimonio vive su particular tormenta al tiempo que el barco sigue su travesía que todos sabemos cómo acaba.
Con un guión firmado, entre otros, por Charles Brackett, que también fue productor del film, lo que supone ya cierta garantía, el film se basa, según advierte al principio, en las declaraciones de los supervivientes y en las investigaciones realizadas por las autoridades marítimas de ambos lados del Atlántico.
Construye una historia dramática que tiene atractivo para el espectador, con una mujer que pretende quedarse con la custodia de sus hijos y un padre que se opone a ello. Mientras, asistimos a la historia de amor entre la joven Annette Sturges (Audrey Dalton) y un Robert Wagner casi adolescente, muy guapete.
Aunque la tragedia del Titanic está presente en todo el film y centra todo el interés de la última media hora, el guión fija el eje de la acción en las circunstancias de esta familia y alrededor de ella construye los mensajes que extrae del accidente, sobre todo la exaltación del heroísmo, a través de la evocadora imagen de padre e hijo abrazados sobre la cubierta esperando el trágico desenlace con entereza, mientras la orquesta hace sonar los instrumentos y la tripulación y pasajeros que han quedado a bordo cantan el "Nearer My God, To Thee". Una escena realmente conseguida, de esas que encogen el corazón del espectador.
Otros aspectos de lo que allí ocurrió, de sus antecedentes y consecuencias, son tratados con menos profundidad y algunos de ellos sólo serán captados por quienes conozcan un poco la historia.
La película descansa buena parte de su valor en la muy conseguida ambientación y en el magnífico plantel de actores con que cuenta, con Clifton Webb y Barbara Stanwyck dando una lección de interpretación; la conocidísima secundaria Thelma Ritter en un papel que no aporta nada al film, pero a la que siempre es un gusto ver; o la conseguida actuación de Richard Basehart dando vida a un sacerdote que tiene problemas con el alcohol.
Rodada en un maravilloso blanco y negro, con sabios enfoques en los primeros planos que destacan los gestos dramáticos de los intérpretes. Más que correcta dirección de Jean Negulesco, para un film que combina muy bien el drama individual de la familia protagonista y la tragedia colectiva y unos efectos especiales que, teniendo en cuenta la época del rodaje, están muy bien.
Entretenida, conmovedora y fascinante, con ese aroma del cine clásico que tanto sabe apreciar el buen aficionado.
Yo he visto la versión que hizo Cameron. Veré ésta . Buena crítica.
ResponderEliminarEs mejor no hacer comparaciones, la de Cameron todos la conocemos y es una gran película, pero esta no le va a la zaga si salvamos los años que las separan. Quizá la peli de Cameron detalla más las diferencias sociales entre los pasajeros, algo que aquí apenas se vislumbra.
EliminarPara mí, la mejor versión.
ResponderEliminarSaludos Trecce.
Ya sabes lo de los gustos, Rafa, pero, en efecto, es una buena versión.
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