Sobre todo al comienzo de la II Guerra Mundial, la defensa civil juega un importante papel en Gran Bretaña y, más concretamente en el área metropolitana de Londres, el General Clive Candy (Roger Livesey) se encarga de organizarla.
La acción comienza cuando un destacamento de esta organización recibe órdenes para simular un ataque que debe comenzar a media noche. Pero el jefe del mismo, decide adelantarse, ya que el general le ha pedido verosimilitud en el ejercicio, decide que si fuera el enemigo no respetaría las reglas, así que por qué esperar a la media noche.
Como quiera que conoce todos los planes del general, gracias a que la chófer de Candy es su novia, sabe que lo encontrará en su club desprevenido. Hacia allí se dirige el grupo de defensa civil y detienen al general y a parte de su estado mayor.
Candy considera una ofensa que hayan desobedecido la orden de esperar a media noche y además, el jefe de la patrulla le llama viejo. En este punto comienza un largo flasback, iremos conociendo la vida del militar desde sus tiempos de joven capitán recién llegado de permiso desde Sudáfrica, donde ha participado en la guerra de los boers, hasta la actualidad.
El duo de directores que figura al frente de los créditos del film, Michael Powell y Emeric Pressburger, comenzaron sus esporádicas colaboraciones en 1939, no son ese tipo de cineastas de los más conocidos, pero son de los mejores, películas como ésta o Las zapatillas rojas, son de esas que quedan en la memoria como bocados exquisitos.
Aunque el tema de la guerra y el ambiente castrense está presente en todo el film, no vemos batallas como tales, sino a través de sus terribles consecuencias de dolor, muerte y destrucción.
Además nos encontramos con situaciones tangenciales que se viven en la milicia, la camaradería, el respeto al enemigo...
La biografía del personaje de Clyde, retrata la evolución de este hombre, desde un joven arriesgado, valiente y aventurero, hasta el anciano general, representante de un mundo que ha quedado obsoleto. La guerra ya no se hace entre caballeros, le dice otro de los personajes en una de las escenas y ese cambio de conceptos es el que Clyde no ha asumido, no ha sabido evolucionar y sigue anclado en sus creencias, algo que llevará a que, al principio de la II Guerra Mundial, sus superiores decidan devolverle a la reserva, pues cuando le llaman para un programa radiofónico en el que debe dar una especie de discurso, se dan cuenta de que sus ideas no concuerdan con la sucia realidad de un enemigo despiadado y que no respeta ninguno de los postulados de ese arte de la guerra que continúa vigente sólo para Clyde y otros como él.
Rodada en un maravilloso Technicolor de un precioso cromatismo, a pesar de los engorros que suponía usar esta técnica, no fue un film de alto presupuesto.
Los actores están sensacionales, con ese aire que nos hace apreciar la experiencia teatral que traen como bagaje tantos actores británicos, una soltura y un saber hacer que sólo se aprende tras muchas horas de escenario.
Magnífico el trío protagonista, con un Anton Walbrook que ya había colaborado en el mencionado Las zapatillas rojas con estos realizadores y una soberbia Deborah Kerr interpretando tres papeles, las tres mujeres que marcarán la vida del general de manera sucesiva.
Muy conseguida la ambientación, cuidando los detalles y con algunas escenas soberbias en este aspecto.
La película es una suerte de viaje sentimental que comienza con la visita de Clyde a Berlín contraviniendo los consejos de los diplomáticos británicos con los que consulta.
El entonces capitán ha recibido una carta de una tal Edith Hunter (Deborah Kerr) que trabaja como institutriz en Alemania en la que denuncia la campaña de calumnias que algunos agitadores germanos vierten a la opinión pública sobre las campañas bélicas británicas, con el fin de presentarlos como gente despiadada e ir creando un estado de opinión en su contra.
Estando en Berlín, por una serie de circunstancias, acaba batiéndose en duelo con el oficial alemán Theo Kretschmar-Schuldorff (Anton Walbrook), un duelo entre caballeros y comienza aquí la parte más emotiva para los aficionados al cine bélico e histórico, pues asistimos a los preparativos del desafío, con toda esa parafernalia heredada del siglo XIX, discusión de los detalles, etc. Todo muy en plan caballeroso, hasta llegar al duelo en sí, en el gimnasio del Regimiento de Ulanos, con una de las secuencias más bonitas del film, que nos detalla las primeras estocadas cual coreografía de ballet, mientras la cámara asciende hasta conseguir un plano cenital y huir de manera elegante a través del techo acristalado. El resultado del duelo es lo de menos, aunque de él salen heridos los dos contendientes que son trasladados al hospital donde, durante el periodo de convalecencia, se fragua una sólida amistad que perdurará a lo largo del tiempo.
La base del film, con todo, no son los actores (repito, a gran nivel), ni las imágenes (algunas de gran calidad), es el texto, los diálogos, alguno de ellos extenso para lo que se lleva ahora. Es una maravilla, las reflexiones sobre el devenir del mundo en general y de la guerra en particular; los intercambios de opiniones entre el oficial alemán y el británico; la defensa sin tapujos, pero sin agresividad de la igualdad de sexos; salpicado todo ello con verdaderas delicias de ese llamado humor británico.
¿Por qué el film no le gustó a Churchill? Hay versiones, desde la que defiende que se veía reflejado en cierto modo, hasta la que expone que de veras y simplemente, no le gustaba el tipo de mensaje que desprendía. El caso es que el entonces premier, luchó con uñas y dientes para que no se rodase. Desde denegar el permiso pertinente a Lawrence Olivier, que servía en el ejército y no pudo protagonizar la película, hasta negar el uso de cualquier instalación militar.
La película está rodada cuando la guerra no ha terminado, es más, ni siquiera se ha decantado claramente del lado aliado y si bien es cierto que destila un aroma de exaltación de lo británico (como no podía ser menos), habla de respeto hacia los enemigos, sobre todo hacia el soldado que entrega su vida aunque sea por ideales equivocados.
Incluso en la acertada e inteligente crítica al nazismo, no deja escapar la responsabilidad del resto de los paises, incluído Reino Unido, que miraban para otro lado hasta la invasión de Polonia.
Considerada por muchos aficionados entre las mejores películas británicas de todos los tiempos, es, para mi gusto personal, uno de esos films que yo pongo fuera de lista, ahora que se lleva tanto hacerlas, porque está en otra dimensión, son films hechos elegantemente, algunos de ellos difíciles de clasificar en una de las categorías habituales y de los que emana ese aroma que nos hace sentir, cuando llega el final, que hemos visto una verdera obra maestra.
Si que es una obra maestra. En ella, Powell y Pressburger, consiguen plasmar sus ideas con ese estilo tan característico.
ResponderEliminarExcelente explicación.
Para mí lo es, Paloma, merece la pena verla y disfrutarla.
EliminarAmigo Trecce, reconozco que lagunas películas pasan al baúl de los olvidos, ésta es una de ellas. Gracias por airearla.
ResponderEliminarQué gran película y, sin embargo, ahí seguirá, en el olvido.
EliminarQuien la consiga (a mí me ha costado Dios y ayuda y la inestimable ayuda de Jon Nieve), descubrirá una maravilla.
Pues gracias por traerla y narrarla también amigo Trecce, porque yo desde luego la desconocía.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias a ti, Rafa, por tu siempre amable compañía.
Eliminar¡Que estupenda recomendación!
ResponderEliminar¿Sabes cómo puede conseguirse?
¡Ay, amiga! ¿Dónde conseguirla dices? Si te contara la odisea para hacerme con esta peli, las páginas del Patio Dormido no me llegaban.
EliminarEn fin, yo la tengo, si algún día surge la ocasión... Porque merece la pena.