Ambientada en el Japón de la postguerra, del que Kurosawa nos trae algunas imágenes que, con el tiempo, han devenido, casi en documentales. Con la estructura del thriller americano pero sabiamente adaptado (como sólo el maestro podía hacerlo) a las formas y mentalidades japonesas, el film narra la historia de un detective novato, Murakami (un joven Toshiro Mifune) al que roban su pistola. Agobiado por un sentimiento de deshonor más que de pérdida, algo que en occidente nos resulta chocante, pero no así bajo los parámetros de la cultura oriental, emprenderá una frenética e incansable búsqueda para recuperar el pequeño colt, descendiendo a los bajos fondos de Tokyo junto a un veterano compañero, el detective Sato (Takashi Shimura).
Una peli que recuerda mucho al neorrealismo italiano, pero con una estructura de film noir. La evocación no es vana y no sólo por la estética, sino por el tratamiento que se da a la historia y lo que vemos en segundo plano. No en vano ambos países viven una situación similar en la época de la que hablamos. Salen de una guerra que han perdido, se ven tutelados por el vencedor y, en cierto modo, esa presencia del ganador, supone una cierto cambio en la propia cultura. En la peli, ese detalle lo retrata muy bien el realizador con las imágenes del partido de baseball (o béisbol, como prefieran), los cortes musicales que escuchamos (a veces en la radio) a lo largo del film e incluso las imágenes del cabaret, las chicas bailan ritmos propios de occidente, pero es de lo más descriptiva la escena del descanso tras la actuación, en la que todas ellas hacinadas en un minúsculo espacio, reposan de cualquier manera, tiradas en el suelo, todas mezcladas y con la sonrisa que exhibían en el espectáculo perdida y trastocada en un gesto de cansancio y desesperanza.
Es sólo una parte de los varios retratos que Kurosawa nos trae de ese Japón humillado que intenta, más que levantarse (que también), buscar su propia identidad y una nueva ubicación en el nuevo orden que se establece tras el conflicto perdido. La gente no sabe muy bien qué ha ocurrido, por qué peleaban y por qué han perdido y no saben lo que les espera. Los únicos que parecen tenerlo claro son esa tropa de desheredados, prostitutas, rateros, delincuentes de poca monta, para los que la supervivencia es el eje de su día a día. Se trata de llegar a mañana como se pueda.
En medio de todo esto, Murakami se desvive por encontrar su arma. Su personaje es patético, todo su afán es recibir el castigo que cree merece y lavar el deshonor en el que considera ha caído. No sabe desenvolverse en el submundo del hampa y la miseria y choca con las dificultades externas y con las que él mismo se crea.
A su lado, Sato, el veterano, el hombre que ha vivido mil batallas, cuya experiencia (no sólo profesional, sino de la vida misma), le hace ver las cosas de una manera más sosegada, sabe que aquello hay tomárselo con calma, que llevará su tiempo y que de nada vale intentar hacer girar más rápidas las manecillas del reloj. Él sí domina el mundillo en el que van a trabajar, conoce a cada delincuente, su modus operandi, pero también comprende su mentalidad.
Curiosa la frase que le dice a su joven compañero: Dejemos que los escritores descubran la personalidad de los delincuentes, yo simplemente les odio.
Una de las características de Kurosawa es su gusto por emplear en sus filmes los fenómenos metorológicos (la lluvia, el viento...), aquí el personaje elegido es el calor. Ese calor agobiante, cargado de humedad tan propio de las islas, como es el caso. Realmente lo llegamos a sentir, su constante presencia, hasta el sudor de los personajes se nos pega.
Las actuaciones de los dos protagonistas, son impagables, si hablamos a veces de la química que se establece entre parejas de distinto sexo, en este caso, la que se establece entre estos dos hombre es increíble. Aparte del gran nivel interpretativo, es muy entrañable el personaje de Shimura. Nada vamos a descubrir de Toshiro Mifune, a gran altura también, algo que ha hecho de él uno de los grandes de la escena internacional de todos los tiempos.
Muy buena también la tensión dramática que logra en algunas escenas, consiguiendo un suspense casi demesurado. Recuerdo, por ejemplo, la escena del hotel, cuando Sato ha encontrado al criminal y el director alarga de manera crispante la llamada de teléfono que le hace a su compañero. Genial, como si este hombre no hubiera hecho otro tipo de pelis en su vida, qué gran dominio.
Magnífica peli, técnicamente de gran nivel y con una historia que no ha perdido nada de vigencia. Puede ser contemplada, entendida y disfrutada por nuestros ojos occidentales, incluso por quienes no gustan de otros filmes del maestro japonés, porque además es muy entretenida.
¡Hola!
ResponderEliminarNo me suena siquiera esta película. Gracias por ilustrarme.
Besos.AlmaLeonor
Gracias a ti, Alma. Un saludo.
ResponderEliminarDebes tener una colección de películas impresionante.
ResponderEliminarNo creas, esto es como los libros, no hace falta tener muchos para leer muchos, hay lugares donde conseguirlos y, al fin y al cabo, las bibliotecas ya las hemos pagado aunque no las usemos, así que mejor sacarle rendimiento a los impuestos (de la SGAE no quiero hablar, que sería un no parar)
ResponderEliminarSepa Trecce que soy kurosawaiano empedernido. En Nora Inu se detecta una obra hecha con placer, que le gustó escribir el guión. Admiraba a Maupassant (sobre la estructura narrativa en la novela) y a Simenon (novela negra) y comenzaba entonces a crear su estilo. Un par de años más tarde: Rashomon.
ResponderEliminarNo se si conoce Trecce la anécdota de la denuncia de una señora americana por el mal trato al perro con la lengua fuera en la escena inicial. Como cuenta Akira en su Autobiografía dicha incidencia.
Manuel, he leído en algún lugar que tuvo problemas con la peli en EE.UU. porque alguien creía que el perro jadeante que sirve de fondo a los títulos de crédito, había sido maltratado. Creo que el maestro dijo algo así como que era la primera vez que deseaba que Japón no hubiera perdido la guerra.
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