Tengo vivo en la memoria el impacto que supuso en la sociedad española el asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA.
Un país acostumbrado, para nuestra desgracia, a las hazañas de pistoleros especialistas en el tiro por la espalda, a la bomba puesta en cualquier lugar donde pudiera hacer daño, sin importar mucho a quién, se echó a la calle con la cara vestida de rabia, de impotencia, de vergüenza..., clamando justicia y deseando envíar un mensaje de consuelo y solidaridad a la familia del fallecido. Hasta quienes consentían con su silencio aquellas barbaridades, se dieron cuenta de que alguien había ido demasiado lejos y vieron peligrar el futuro de sus deseos de independencia si se continuaba por aquel camino. Yo estoy convencido de que alguien con poder sobre los asesinos les ordenó que jamás volvieran a repetir aquella salvajada y que se conformaran con el frío y aséptico asesinato que muchos no hemos comprendido nunca, pero que algunos, desde su mente enferma, consideran como un mal necesario, sobre todo porque siempre afecta a otros.
¿Qué ocurrió para que la sociedad reaccionase de aquella manera? Era un asesinato como tantos otros, el sinsentido era el mismo, la sinrazón era su razón, como otras veces.
Pues lo que ocurrió, sencillamente, es que los carniceros se regodearon con la víctima, la sometieron a la tortura del encierro, de la vejación y le hicieron ver que había alguna posibilidad de salvación, cuando era claro que la decisión estaba tomada y, además, en una última vuelta de tuerca, quisieron hacer ver que la culpa era de otros, cuando la culpa es, siempre, de quien ordena y de quien dispara.
En definitiva, fueron unos sádicos y cuando se traspasan ciertas fronteras, hasta los tuyos, como mínimo, dudan.
La historia que nos narra esta película es la de los sonderkommandos, los prisioneros judíos y no judíos que trabajaban en los crematorios de los campos de exterminio.
Esta gente, sometida a una presión psicológica extrema, era obligada a convencer a quienes iban a ser gaseados, de que se trataba de una ducha desinfectante, si revelaban la verdad eran condenados a una muerte ejemplar: Se les introducía vivos en el horno. Además, una vez muertas las víctimas de las cámaras de gas (en alguna ocasión, alguna sobrevivía y era incinerada viva), se les obligaba a buscar en todos los orificios del cuerpo del cadáver, en busca de joyas y objetos de valor; tenían que introducir los cadáveres en los crematorios y, finalmente acarrear los restos para ser enterrados.
¿Todo eso, a cambio de qué? De buena comida y de unos días más de vida, pues era sabido que los sonderkommandos eran liquidados tras tres o cuatro meses de trabajo y sustituídos por otros, a fin de no dejar testigos de la barbarie.
La película pone los pelos de punta y es por algo similar a lo que exponía al principio. Si hemos visto cientos de películas sobre nazis, si sabemos de sobra lo que hacían, lo que pretendían, las bestialidades que cometieron, ¿cómo es posible que una historia sobre nazis y campos de concentración te remueva la conciencia todavía?
Y es por eso, porque han traspasado una línea roja, porque el sadismo ha llegado al refinamiento. Someter a una persona a la tortura psicológica de meter en el horno el cadaver de su esposa, de sus hijos, de sus padres... Eso es algo que no tiene perdón. Si en determinadas circunstancias, puedes llegar a entender (que no a justificar) que alguien, por miedo, por un pensamiento equivocado debido a un lavado de cerebro, sea capaz de matar de un tiro a un semejante indefenso, hay cosas, como lo que ocurre aquí, que no logras justificar de ningún modo.
Porque la gente tendemos al olvido de las barbaries, porque los malos tienen la habilidad especial de buscar justificaciones donde no las hay para que las nuevas generaciones relativicen aquello que no vivieron, por eso, hay que ver esta película, para que jamás nos olvidemos de lo que ocurrió, de que hay semejantes nuestros que están expuestos a los peores abusos por parte de otros semejantes que, si se dan las condiciones, volverán a hacer lo mismo.
Un final magnífico, acaba por dejar en nuestras mentes el mensaje bien clarito: El polvo gris en que nos acabamos convirtiendo, se pegará a vuestras caras y entrará en vuestros pulmones.
La película es dura, muy dura y lo que es peor, todo aquello ocurrió y es que el hombre tiene la habilidad de superar con sus actos, cualquier ficción
La vi hace tiempo y es de las que impactan. Hay que verla, pero es difícil repetir, yo por lo menos no creo que lo haga.
ResponderEliminarSaludos!
La verdad es que deja huella.
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