El protagonista de la historia es Fred Fitch, un investigador autónomo que busca información para escritores, académicos, productores y demás en las bibliotecas locales de la ciudad de Nueva York. De esta manera se gana la vida bastante bien y vive con holgura en un apartamento que ocupa todo el tercer piso de una casa adosada de Manhattan en la calle 19 que teme vayan a derribar para una nueva construcción en un futuro próximo. No busca ningún tipo de cambio personal, de hecho, es bastante reacio a cualquier cambio. Ha tenido poco que ver con mujeres desde el instituto (allí sí que consiguió perder la virginidad, de alguna manera) y no parece tener amigos varones, aparte de un detective de la Brigada Tocomocho (la que se dedica a perseguir a los timadores) llamado Jack Reilly, que ve a Fred con una mezcla de diversión y desesperación. Y eso es porque Fred es un objetivo, un patán, un tonto, un idiota. El mejor pardillo de todos los tiempos, el rey de los estafados, el príncipe de las palomas. Dios lo salve.
Todo empezó, nos cuenta, en su primer día en el jardín de infancia, cuando regresó a casa sin pantalones; un compañero de clase lo había convencido de que se los dejara. No tiene idea de cómo sucedió, y esta ineptitud inherente no ha mejorado mucho en el cuarto de siglo siguiente, aunque se ha convertido en una especie de experto en el juego de las estafas: "Tengo suficientes recibos sin valor y cheques sin fondos para empapelar mi sala de estar. Tengo kilómetros de boletos para rifas y entradas para partidos de béisbol y bailes y cenas informales inexistentes, mi armario está lleno de maquinitas que dejaron de funcionar tan pronto como el vendedor se fue, y aparentemente estoy en casi todas las listas de correo de tontos del hemisferio occidental. En realidad, no sé por qué tiene que ser así. No soy el típico blanco o víctima, ni según Reilly, ni según todos los libros que he leído sobre el tema. No soy codicioso, ni inculto, ni particularmente estúpido, ni un inmigrante que no esté familiarizado con el idioma y las costumbres; sólo soy –pero con esto basta– crédulo. Me resulta imposible creer que alguien pueda mentirle a otro ser humano en su cara. Me ha pasado cientos de veces ya, pero por alguna razón sigo sin convencerme. Cuando estoy solo soy fuerte y cínico y eternamente desconfiado, pero tan pronto como el extraño locuaz aparece frente a mí y comienza su discurso, mi mente desaparece en una neblina de creencia".
Tras un breve preámbulo en el que nos hacemos una idea bastante aproximada del personaje, después de haber sido estafado dos veces en un día, Fred recibe una llamada telefónica de un abogado llamado Goodkind, quien le dice que su tío Matt, un hombre del que nunca había oído hablar en su vida, le ha dejado medio millón de dólares, que después de impuestos, ascenderá a trescientos diecisiete mil dólares, dos millones y medio si hacemos el cambio a la actualidad. Aunque Fred sospecha inmediata y comprensiblemente que se trata de un timador, su instinto le dice que lo han engañado una vez más. Sin embargo, la herencia es legítima: su familia confirma que el tío Matt era la oveja negra de la familia, y parece que decidió dejarle su dinero a Fred porque todos sus otros parientes habían sido groseros con él. Aquí comienzan realmente las aventuras del libro, primero son parientes a los que hace siglos que no ve; amigos que apenas recuerda; alguna antigua novia olvidada; vecinos e incluso gente que aparece de repente en su vida, que intentan que les ayude, que les de dinero, que les financie algún proyecto imposible o una operación que suena a imaginaria. Pero es que además, alguien muy peligros anda tras Fred, dispuesto incluso a acabar con él, para hacerse con el dinero de la herencia que, al parecer, procedía de algún timo por todo lo alto que el tío Matt, un timador profesional, les hizo a unos delincuentes muy conocidos.
Fred vivirá unos días jugando al gato y al ratón con sus perseguidores, rodeado de gente que dice querer ayudarle, pero en los que no sabe si puede confiar, ni siquiera en su amigo Reilly o en los detectives de homicidios que investigan la muerte del tío Matt.
Donald E. Westlake, con su prosa ingeniosa, nos irá conduciendo de forma harto hilarante, por un laberinto en el que nada es lo que parece, con el pobre Fred en la diana de una sarta de aprovechados, aunque es cierto que asistiremos a la evolución del personaje que, poco a poco, comienza a espabilar y a hacerse menos crédulo y más desconfiado.
Seguramente los lectores nos creemos bastante listos y nos extraña que pueda existir un personaje como el de la novela, pero pensemos únicamente que, si bien eran otros tiempos (el libro es de 1967), en que los timadores se veían obligados a establecer un cara a cara con el timado, hoy en día, gracias (quiero decir por culpa) al correo electrónico, el WhatsApp y otros inventos modernos, cada día hay cientos de víctimas en todo el mundo que caen en las redes de tipos que han sabido adaptarse a los tiempos. Quizá no seamos tan espabilados y hay muchos más Fred de los que pensamos.
Por esta novela, Westlake ganó un premio Edgar de la Asociación de Escritores de Misterio de Estados Unidos.
Aunque ni trama ni personaje tienen nada que ver, el libro me ha recordado a "La conjura de los necios" de John Kennedy Toole, quizás porque sean el producto de la misma época (aunque esta se publicó póstumamente en 1980). Me lo apunto para leerlo. La reflexión final muy acertada, los timos evolucionan con la tecnología aunque mantienen su esencia, sin ir más lejos yo me enterado ya dos veces por un email desconocido de que he heredado dos veces.
ResponderEliminarUn saludo.
Puede que tenga alguna concomitancia con el libro de John Kennedy Toole, aunque Ignatius J. Reilly, es un gorrón y un vago de aúpa y no ocurre tal con Fred Fitch que es más bien un pardillo que tiene buena fe en las personas. Pero, en efecto, son personajes excéntricos.
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