El libro analiza en detalle cuatro acontecimientos diferentes separados en el tiempo, en los que, según Barbara W. Tuchman, un liderazgo nada inteligente, por decirlo de manera suave, produjo un desastre: La aceptación troyana del caballo de Troya; la negativa a la reforma eclesiástica, origen del protestantismo, por parte del papado a principios del siglo XVI; la política inglesa durante la Revolución americana y la conducta de Estados Unidos en Vietnam. Estos cuatro ejemplos están envueltos en un tratamiento teórico más general sobre el papel de la locura en la historia. Locura que la escritora define como “la aplicación de políticas [por parte de gobernantes y líderes] contrarias a los propios intereses del gobierno, a pesar de la disponibilidad y el conocimiento de alternativas factibles”.
Los relatos de la Guerra de Troya, que se mueven entre la leyenda y la realidad, cuentan que se alzaron voces de personas respetables en contra de permitir que el caballo de madera de los griegos entrara dentro de los muros de Troya; sin embargo, se tomó la decisión de permitir la entrada del caballo, sin ni siquiera comprobar si había algo o alguien dentro, lo que provocó la pérdida de la ciudad.
El primer caso que podríamos calificar como realmente histórico del libro, fue la división del cristianismo occidental bajo los papas del Renacimiento. Tras extendidas advertencias sobre el peligro de un cisma en el norte de Europa si las políticas de la corte papal y el comportamiento de los papas no cambiaba, estas advertencias no fueron atendidas. Como resultado de esta locura, la mitad de la Iglesia occidental rompió con Roma.
El siguiente caso fue la pérdida de las colonias americanas por parte del rey Jorge III. Es evidente que la Revolución Americana podría haberse evitado si el rey hubiera seguido el consejo de los moderados de su gobierno, que estaban bien informados sobre las condiciones y los sentimientos en las colonias. Sus consejos fueron ignorados.
El último caso que plantea fue la inútil guerra de Estados Unidos en Vietnam. Los presidentes Kennedy y Johnson disponían de una gran cantidad de información que demostraba la inviabilidad de la guerra y la más que improbable victoria, pero fue el consejo de los llamados halcones o el miedo a perder la reputación, lo que impulsó la guerra una y otra vez.
Uno se pregunta cómo describiría Barbara Tuchman algunos de los conflictos de nuestros días: Los casi cien años de violencia intermitente y represalias entre Israel y los palestinos o la guerra entre Ucrania y Rusia. ¿Son estos ejemplos de gobiernos que aplican políticas sensatas o contrarias a sus propios intereses a largo plazo, a pesar de la disponibilidad de alternativas?
Aprender por experiencia es una facultad que casi nunca se practica. "Si los hombres pudieran aprender de la historia, ¡qué lecciones nos enseñaría!" dijo, en un lamento, Samuel Coleridge. "Pero la pasión y el partidismo nos ciega, y la luz que la experiencia nos da es una linterna en la popa que sólo brilla ante las olas que vamos dejando". La imagen es bella, pero el mensaje resulta engañoso, pues la luz de las olas que hemos pasado debiera capacitarnos a inferir la naturaleza de las olas que nos esperan.
Las conclusiones de Tuchman no son ni pesimistas, ni optimistas, a la luz de los hechos históricos, constata que nada hay más repugnante para un dirigente que admitir sus propios errores, algo que son incapaces de hacer, aunque confía en que, tal vez, florezcan hombres mejores en tiempos mejores, y un gobierno más sabio requiera el alimento de una sociedad dinámica y no de una sociedad desconcertada. Si John Adams tuvo razón y el gobierno es "poco mejor practicado hoy que hace tres mil o cuatro mil años", no podemos esperar, razonablemente, muchas mejoras. Tan sólo podremos seguir debatiéndonos como lo hemos hecho a lo largo de la historia, avanzando gracias a periodos brillantes y decadencia, de mayor esfuerzo y sombra.
Por más lecciones que nos brinde la historia, me temo que la humanidad no tiene remedio.
ResponderEliminarLo demostramos cada día.
EliminarMás que locura era cabezonería inmune a la corrección.
ResponderEliminarLlámalo como quieras, pero es así.
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