miércoles, 21 de abril de 2021

7 VÍRGENES

 


Es verano en un barrio obrero y marginal de Sevilla. Tano (Juan José Ballesta), un adolescente que cumple condena en un reformatorio, recibe un permiso especial de 48 horas para asistir a la boda de su hermano Santacana (Vicente Romero). Con su mejor amigo, Richi (Jesús Carroza), se lanza a vivir esas horas con el firme propósito de divertirse y de hacer todo lo que le está prohibido: se emborracha, se droga, roba, ama y vuelve a sentirse vivo y libre. Pero, a medida que pasan las horas, Tano también asiste al desmoronamiento de todos sus puntos de referencia: el barrio, la familia, el amor, la amistad, todo ha cambiado. Más allá de un permiso de 48 horas, la libertad de Tano se convierte en un viaje obligado en el que ha dejado atrás buena parte de su juventud.


Heredera del llamado cine quinqui, en la que su realizador y co-guionista, Alberto Rodríguez, consigue equilibrar realidad y ficción, logrando que la conexión entre ambas esté bastante lograda.
Y es que no se trata de un simple homenaje a ese tipo de cine, sino que Rodríguez hace una especie de puesta al día de aquellas películas puliendo o cambiando algunos detalles que quizá, eran de otra época.


Los protagonistas del film se nos presentan como personas que, más que marginadas por la sociedad, parecen quererse excluír ellos mismos. Consideran pringados a quienes, de su misma extracción social, tienen una ocupación que ellos consideran poco satisfactoria, no hacen sino expresarlo así una y otra vez. De ese modo consideran, por ejemplo, al señor que regenta un asador de pollos donde sirven además comida y bebida: ¿Cuánto crees que lleva aquí? —le pregunta uno de los dos amigos al otro—, ¿veinte años? ¿Y todo para qué?. Es un pringao. Por lo que se ve, ellos se realizan más viviendo al día, trapicheando, robando a otros pobres desgraciados, a los comerciantes del barrio, sin un proyecto para el futuro y sin ánimo de buscarlo. Son macarrillas buscalíos, agresivos y asociales que consideran que pueden coger lo que les apetece o romper los retrovisores de los coches cuando están cabreados. 
Dice la sinopsis que facilita la distribuidora que, al final de los dos días de permiso, Tano ha madurado. Una persona madura es la que ha dejado de ser joven, pero maduro también es sinónimo de sensato. Por eso yo he preferido decir que el protagonista ha dejado atrás su juventud cuando recibe un par de duras bofetadas que la vida le propina, porque ha madurado en el primero de los sentidos del término, pero dudo mucho que la decisión que toma sea sensata, porque estamos seguros que esa decisión le va a llevar a vivir en la marginalidad el resto de su vida. Tano y su amigo viven como niños, en nada se diferencian de los críos del barrio, sino en su aspecto físico, es como si se negaran a crecer. La vida obliga a Tano a hacerlo de golpe, se ve hombre de buenas a primeras porque se da cuenta de que la vida es otra cosa, que no es esa especie de burbuja en la que vive como un niño malcriado, pero no ha madurado, seguirá siendo un marginado el resto de su vida, incapaz de vivir en sociedad, al menos sin ser considerado un peligro y lo hará, en buena medida, por propia decisión, porque no quiere ser un pringado, pero en realidad, su postura, tiene mucho de ser un vago, un violento y un ególatra, en definitiva, un delincuente.




4 comentarios:

  1. Todos tendemos a ver a los demás como unos pringados por voluntad propia y creer que nuestra pringuez es algo inmerecido e impuesto.

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  2. Hola.
    La verdad es que la peli refleja muy bien esa época entre los quinquis de los ochenta y noventa y los millenials.
    No recordaba lo del asador de pollo, en esa escena está resumida la forma de pensar de los protagonistas.
    Gracias por la reseña y feliz jueves.

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